De Música, clasismo y gustos culposos

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Hace poco leí en un artículo que hablaba acerca del libro Música de Mierda una sentencia que decía que nos definimos más por aquello que no nos gusta que por lo que nos entusiasma, y que de alguna forma, nos alejamos del “montón” por nuestro refinado odio a cosas muy concretas. Esta pregunta me hizo mirar alrededor y hacía mí mismo, llegando a ciertas conclusiones muy personales que me gustaría compartir.

De cierta manera, mucho hay de cierto en lo que se menciona. Cuando uno empieza a tomar cierto gusto por algún género especifico en la adolescencia (etapa donde sin duda, se perfila la personalidad de una persona) aunque mucho tiene que ver el ritmo, la letra o estética que se proyecta, algo que considero es aún más relevante para definirse, es el sentido de la pertenencia o no-pertenencia a un grupo, o sea: marcamos una línea con lo que consideramos desagradable o “del montón” (término despectivo donde los haya) y al mismo tiempo, nos alineamos a un grupo “especial” y “único”. Es ahí donde uno mismo tiende a casarse con un género y denostar otros (si es popular o fuera de tu época, más), en ocasiones más como una postura, llenándose por ende de ciertos prejuicios.  Se acepta casi cualquier cosa que suene a tal o cual músico que de antemano gusta y se hace a un lado cualquier otro que no entre dentro de ese terreno. ¿Cómo puede llamar la atención Eydie Gorme, Grupo Niche o Eros Ramazzotti si se tiene a Pantera, Sepultura y Paradise Lost? ¿Cómo escuchar pop o salsa si tienes en el metal algo que incomoda (según tú), es de un sector reducido y “diferente”? Yo llegué a odiar a gente como Guns N’ Roses solo por el hecho de que se me hacían bastante fresas en comparación a lo que escuchaba, sin reparar demasiado en lo que pudiera tener de valioso.

Se ha hablado mucho del clasismo que impera en la música. Se acusa por ejemplo de que géneros como el reggaetón o la banda, son atacados y ridiculizados no tanto por el machismo que proyectan algunas letras, sino porque vienen del barrio y de la marginalidad y fueron hechas para divertirse sin mayor pretensión (como si esto fuese un pecado), se les considera “corrientes”, (géneros como el rock o el hip hop no están exentos también de cierto machismo, pero parece que se les puede perdonar más). En mi caso particular, nunca me he clavado mucho con ambos estilos porque se me hacen muy básicos (aunque por ejemplo, no me quejo nunca del punk rock, el cual amo, el cual en no pocas ocasiones puede ser bastante básico también) y que están hechos en su mayor parte solo para divertirse (aunque quien me manda tener dos pies izquierdo y ser tan aburrido en ese sentido). No puedo hablar más allá de ello, y tal vez en algún momento me daré cuenta que también yo he caído en cierto clasismo.

De lo que sí puedo hablar un poco más, es en los terrenos del rock. Dentro de un mismo género, hay bastante prejuicio y el rock con todo y lo libre y abierto que pretendidamente es, no está para nada exento de ello. En el caso particular de México siempre me ha llamado la atención que el llamado rock urbano, ese rock surgido de la periferia de la Ciudad de México sea tan poco aceptado por el grueso de “rockeros”. Y en su mayor parte no creo que sea por su estructura musical, de la cual siempre se agarran los “conocedores” para hacerlos menos (“Hijitos del Tri” entre otros términos fáciles), sino porque es un rock poco pretensioso, de origen netamente marginal, que retrata una realidad la cual la clase media no quiere ver, y que sobre todo ello, resalta un perfil propio de la periferia y zona conurbada pobre de la ciudad de México. Poco se hablará en publicaciones (en su época solo lo hacia el Conecte) de esta línea, y casi ningún rockero que conozco (y que se respete) en su buen juicio podría ponerse a escuchar al Haragán, La Banda Bostik o Charlie Monttanna, por mencionar a algunos de los más conocidos (Eso o no lo mencionan).

¿Qué tanto nos condicionamos a no escuchar un tipo de música para perfilarnos en otro (y entrar en ocasiones en el terreno del prejuicio)?

Personalmente, hay dos géneros que me ha costado entrarle, aunque escucho contadas cosas de cada uno: el Reggae y el Nu Metal. En un primer acercamiento, puedo decir que el primero me aburre, y al segundo, no le encuentro sentido. ¿Pero en verdad es por algo tan simple el que no los escuche? Veamos: la cultura que rodea al Reggae siempre me ha dado un poco de pereza y mucha de la gente que lo practica también, (aunque irónicamente uso dreadlocks y tengo buenos amigos amantes del género), en el caso del Nu Metal, se coincidió con una época que mis grupos favoritos de Metal empezaron a dar tumbos o perdían fuelle (recordemos que esa época era más ultra en cuestiones musicales) y MTV empezó a cambiar su tónica a algo mucho más masivo; en ese panorama surgió este género retomando algunas aspectos estéticos que de entrada me parecían contrarios a lo que consideraba más “auténtico”. Suficientes circunstancias para no entrarle, o cuando menos, costarme escuchar ambos géneros. ¿Entonces algo externo a la cuestión estrictamente musical (hablando solo de ritmos y melodías) me ha impedido disfrutar aspectos valiosos de ambos géneros? Buena pregunta.

Con el tiempo, en el mejor de los casos, vas ampliando tu panorama musical y disfrutando propuestas que antes no tomabas en cuenta, o de las que incluso, renegabas; en el peor de los casos, te quedas escuchando siempre lo mismo, cayendo en una posición comodina y poco flexible a lo que se va creando. En ambos casos, si hay propuestas que se salen de lo que te gusta, lo llamas de forma ridícula y despectiva “gusto culposo” (Obvio, no vas a mostrar lo que en teoría no cuadra con ese sector “único y especial” de melómanos exquisitos o especialistas de un género) En mi caso, afortunadamente, pude ampliar mi espectro sonoro con el tiempo (y lo sigo haciendo) pero me encuentro con momentos donde no escuché (o escucho) algo solo por el hecho de que no entra en ciertos lineamientos (algo más amplios obviamente, pero siguen siendo espacios borrosamente delimitados).

https://www.youtube.com/watch?v=71Nhc2WU-l0&list=RDtN8U60yHoGQ&index=11

He dejado de lado esa idea que nace en la adolescencia de que lo que escucho es lo mejor. Sigo disfrutando el metal, sigo amando el punk, pero también he logrado conmoverme con otros géneros bastante dispares. Lila Downs, en su momento me reencontró con las raíces que convivía de pequeño, con la música folclórica veracruzana y oaxaqueña, por otro lado he encontrado la belleza y exquisito trabajo detrás de los discos de los Panchos, la Sonora Santanera o los grupos de salsa que tanto escuchaba mi madre (No para bailarlos, sigo teniendo dos pies izquierdos). En algún momento me di cuenta que me gustaban no pocas canciones de un músico pop (a mucha gente parece que le repele el termino, el cual también es bastante relativo), radiadle y masivo como Eros Ramazzotti.

Puntualizando:

Hay música que requiere cierto compromiso y enfoque para escucharse, pero hay mucha que no requiere demasiado para disfrutarse, entra muy fácil, en ambos casos, aunque parezca irónico, se necesita apertura. Uno debería de abrazar a la música sin prejuicios. Obviamente no digo que deba gustar todo ni forzarse a ello. Si no te entran los ritmos pesados o ruidosos o demasiado complejos o básicos, pues no entran y ya. Lo que me ha quedado claro, es que la música entra a nuestra vida por una serie de complejas situaciones y relaciones entre sí, personalidad propia, momentos, etc. Simplemente es bueno ponerse en contexto y examinar hasta donde ha dejado uno de disfrutar ciertas cosas por cuestiones más externas que estrictamente musicales.