50 años de Funhouse de The Stooges

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Hay discos en los cuales parece que se juega a la ruleta rusa. No sabes en qué momento te explotará en la cara, al mismo tiempo que se mantiene siempre un aura de peligro durante todo el recorrido. Funhouse es uno de esos discos. Esa sensación se da desde la portada del álbum, la cual parece como si Iggy Pop estuviese envuelto en llamas (llamas que justamente, son los rostros de los demás integrantes, nada más elocuente).

Funhouse fue el último de los discos de la etapa clásica de The Stooges que escuché. Si ya discos como el homónimo y Raw Power me habían enganchado con ese garage proto-punk, este me descolocó, en parte gracias al saxofón del cual hacía gala Steve MacKay en temas como “1970” o “L.A. Blues”, que incluso rayan dentro del free jazz más desquiciado.   

Musicalmente Funhouse es un paso adelante a lo que ya nos habían mostrado la agrupación con su primer disco. Pero lejos de suavizarse o afinar su sonido (contraria a la idea el dueño de Elektra Records Jac Holzman de darles un sentido más comercial) el productor Don Gallucci -ex Kingsmen- junto con el instinto propio del grupo, se fueron por el lado opuesto (confirmando con su siguiente disco también que lo del grupo no era precisamente la suavidad); sin embargo, este fue el disco en donde Iggy tendría ya un mayor control de su voz sin renunciar a esa rabia y urgencia que proyectaba constantemente, y también fue ahí donde Ron Asheton lograba con su guitarra otorgar mayores recursos, que en conjunto a la estupenda base rítmica, lograban momentos de pura furia por un lado, y experimentación por otro que bien encajaba dentro del llamado art rock, solo que The Stooges eran demasiado peligrosos, lascivos y obscenos para tomarlos en serio, aunque tiempo después, la revolución les hizo justicia. 

“Down on the Street” ya sorprende desde sus primeros acordes, con esa especie de blues rasposo y sucio que impulsa los gritos provocativos de Iggy. Hay algo dentro del disco que te hace pasar de lo enérgico a un trance y de ahí a una especie de estado catatónico. ¿Será porque ese frenetismo latente se envuelve entre esa ácida psicodelia o las hipnóticas estructuras base? Posiblemente. Lo único cierto es que fue un disco adelantado a su época y al día de hoy es un disco que ha envejecido bastante bien, y no deja de sorprender al escucha. Uno de los mejores discos de garage rock de la historia cumple 50 años y parece, sin embargo, el mismo joven imberbe y violento que sacudió al rock and roll en el inicio los 70s.