Texto: David Moreno Gaona, Fotos: Lorena Limón Rangel, 5/12/2018
Asistir a un concierto de Roger Waters implica predisponerse a recibir una cantidad enorme de imágenes y sonidos. Existe entre el público una familiaridad con los temas clásicos de Pink Floyd y su iconografía característica. Fans consagrados corean al unísono “Wish You Were Here” o “Confortably Numb”, gritan eufóricamente ante el espectáculo de láser que forma el icónico prisma policromo, graban el momento en que estructuras colgantes hacen emerger mágicamente la estación eléctrica Battersea Power Station, voltean paranoicamente hacia todos los puntos del foro, buscando el origen de donde provienen múltiples sonidos —risas, cajas registradoras, bombazos, helicópteros, detonaciones, etc. Eso y más fue lo que pudimos presenciar durante el concierto de ayer en la VFG, como parte de la gira Us + Them.
Sin embargo, más allá de las apreciaciones y experiencias estéticas subyace un contenido político, que si bien es explícito, implica un ejercicio de decodificación por parte del espectador. Hay elementos simbólicos en los performance de Roger Waters que funcionan como herramientas de denuncia. Es bien sabido que el discurso desplegado por Waters constituye una crítica al capitalismo y sus devastadoras consecuencias —la guerra, la represión, la pobreza, el control social, etcétera—, y que los cerdos constituyen símbolos centrales en los que se encarnan figuras políticas de nuestra época, como Donald Trump.
Esos simbolismos tienen una raíz psicológica profunda, que ha venido alimentándose de las condiciones geopolíticas actuales. El periodista musical Mark Blake señala en su biografía Pigs Might Fly: The Inside Story of Pink Floyd (2013), que las experiencias de infancia de Waters fueron decisivas en el proceso de creación musical. Su padre, Eric Fletcher Waters murió un 18 de febrero de 1944 en un combate que tuvo lugar en las playas de Anzio, en la costa italiana. El hecho ocurrió cuando Waters recién tenía cinco meses de nacido. Luego, su adolescencia se desarrollaría en un ambiente escolar de carácter autoritario, dentro de la Cambridge and County School, que él mismo declararía haber “odiado cada segundo”. Esto sería evidente en el contenido de sus letras y la imaginería del filme The Wall (1982) —cuyo guion fue escrito por el propio Waters—, una obra con fuerte carga psicológica donde encontramos referencias explícitas a su infancia, la muerte de su padre durante la Segunda Guerra Mundial y la crítica a la educación como sistema de control mental.
Todas estas referencias se hicieron presentes en el show de Waters: un grupo de niños formados en fila de cara al público, vistiendo camisetas negras con la leyenda resist mientras la banda tocaba “Another Brick In The Wall (Part 2)”; una imagen del hongo gaseoso provocado por la bomba atómica, acompañado de un estruendo ensordecedor a medias de “Money”; escenas de guerra en diversas partes del mundo, que parecían fundirse como si fueran una sola.
Pero la utilización de los cerdos como alegorías a los capitalistas constituye un elemento central. Son los cerdos los que permiten a Waters reactualizar su música al dotarla de un sentido político. El tema “Pigs (Three Different Ones)” fue dedicado a Trump, sometido a una mordaz ridiculización en los visuales proyectados sobre la pantalla gigante detrás del escenario. En el interludio de “Dogs”, los músicos se sentaron a disfrutar de un banquete y a brindar con champagne, usando máscaras de puercos. Una representación de ese tipo necesariamente remite al espectador a la escena creada por George Orwell en el último capítulo de su novela Rebelión en la granja (1945), donde Napoleón y Squealer —los cerdos que habían tomado el poder de la granja luego de la rebelión, engordando y enriqueciéndose a costa del trabajo de los demás animales— celebran una reunión lujosa y exclusiva con propietarios de otras granjas. Desde la ventana, los animales trabajadores observan cómo los cerdos se transfiguran en humanos.
Ayer, dando vueltas alrededor de la Battersea Power Station, un cerdo gigante sobrevoló el ruedo de la arena VFG, con una leyenda inscrita en un costado que rezaba “Stay Human”, mientras un solo de guitarra con efecto de Talk boxemulaba los chillidos del animal. Sobre la pantalla se proyectaron consignas que exhortaban a la resistencia en contra del neo fascismo, encarnado en nombres como Donald Trump y Jair Bolsonaro. Escenas de pobreza, guerra y muerte se mezclaron con imágenes de políticos, con el arte urbano al estilo de Banksy. Waters dejó claro que el sentido de sus conciertos es estrictamente político, y que los cerdos voladores siguen ahí —aquí, en el mundo real, más allá del espectáculo y de sus canciones.