Mi acercamiento a la obra de Karmelo C. Iribarren y una entrevista con el autor.

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Cursaba el cuarto semestre de letras hispánicas en la universidad de mi ciudad, pero había decidido dejarlo. No tenía dinero para pagar las facturas porque con mi trabajo a medio turno, sencillamente no alcanzaba para nada. Vivía solo, al norte de la ciudad y por ningún motivo quería regresar a casa de mis padres. Así que era la universidad o mi soledad, y preferí—como siempre lo hago— mí soledad. Además, mi manera de beber tampoco ayudaba, en aquellos años siempre me levantaba con resaca. Hoy llevo un poco mejor ese asunto, aunque a veces hay recaídas que no puedo controlar. La poesía, en la universidad no se caracterizaba por ser muy apreciada por los alumnos, la dejaban de lado. Me codeaba por los pasillos entre fanáticos de cepa de Borges y Cortázar. A mí, aquellos autores no me llamaban, no sentía que su literatura tuviese algo que ver conmigo, mi formación literaria— si puedo llamarle de esa manera—había sido en la biblioteca pública de Tijuana, allí había leído a Hemingway, John Steinbeck, Scott Fitzgerald y a toda la generación perdida, también a Charles Bukowski, Raymond Carver, John Fante, Raymond Chandler y otros autores a los que hasta la fecha aún recurro si no encuentro nada que leer.

Recuerdo que una noche en un bar, borracho, mientras estaba con algunos compañeros de la universidad, solté algunas sentencias sobre el porqué no me gustaba Borges, y uno de sus mayores —considero el más fanático de todos aquellos chicos— adoradores me lanzó una tapita de cerveza que me dio en el hombro. Y nada, con un par de palabras había derribado a su Dios y aquello no le sentó nada bien. El tipo se llamaba Fonti, media casi dos metros y pensé que en cualquier momento se levantaría de la mesa y habría algo de acción, pero no sucedió, Fonti era un cobarde. En la universidad había muchos chicos como Fonti, que les molestaba que se metiesen con las vacas sagradas de la literatura. Al siguiente día después de aquello, me dejó mi chica, Brenda, teníamos planes de irnos a vivir juntos, me dejó por mi manera de beber. Aquello dolió, pero no dejé de beber. No se deja de beber porque se muere el perro o porque te deja la chica, uno de verdad considera el dejar de beber cuando sabe que es eso o bien conseguirse una .45 y acabar de una puta vez con el asunto.

La mayoría de los chicos en la universidad—por lo menos los que iban en mi aula—vivían con sus padres en el sur, en la zona rica de mi ciudad, eran blandos y tenían sus vidas resueltas. Aquello no es que fuese malo, mucho menos para la creación. Pero la escritura a veces es un tanto como el box; entre más golpes recibes de la vida, más aprendes de ella. Aquellos chicos no habían recibido ningún rasguño de la vida y estaban mimados y su escritura era así; mimada, sin fuego, sin chispa alguna. Incluso mi chica Brenda, que tenía veintiséis años era una psicóloga titulada e iba por una segunda licenciatura, aún vivía en casa de sus padres. Me había dejado por que sus padres le advirtieron que si no lo hacía la desheredarían o algo así, y bueno, ahí acabó todo. A diferencia de aquellos chicos y de Brenda, yo me había hecho en la calle y había llegado ahí a la universidad por una apuesta que hice con un amigo pintor, que se empeñaba en que hiciese el examen de admisión con él para no asistir solo y también se empeñaba en que no aprobaría ese dichoso examen. Me propuso una apuesta. Pasé el examen sin problemas, más nunca me sentó bien el ambiente de erudición de la universidad, ni los veinteañeros que usaban sacos con parches en las codearas y sombreros de ala corta, dándosela de grandes literatos consumados. ¿qué gané en la apuesta? cinco botellas de Jack Daniel´s.

Los últimos tres meses de aquel semestre no entré a clases, me pasaba a la biblioteca, caminaba por entre los pasillos, buscaba libros y me iba a las jardineras o bien salía de la universidad y me iba a un bar llamado Pig´s que se encontraba cruzando la calle y me ponía a leer. En una de aquellas visitas constantes a la biblioteca, cogí un libro llamado Ola de Frío, de un tal Karmelo C. Iribarren, abrí y lo primero que leí fue lo siguiente:

LOS ZAPATOS

Me gustan negros,

sólidos,

serios,

que se sostengan

bien,

que pises

y la tierra se entere

de que no es broma,

de que tú estás aquí,

y ella ahí,

abajo,

y que las cosas

—por lo que a ti

respecta—

no van a cambiar.

 

Aquello fue un descubrimiento muy grato para mí. Tuve el mismo sentimiento que cuando leí por primera vez a Bukowski en la biblioteca pública de Tijuana, de Mierda, por fin alguien que no teme escribir de verdad. Recuerdo que me puse el libro bajo el brazo y pasé con el bibliotecario, pasó mi tarjeta y salí de ahí. Me dirigí al al Pig´s, pedí una cerveza y comencé a leer. Aquel poema de Los Zapatos no había sido un golpe de suerte, todos los poemas que contenía el libro eran concisos, exactos, las palabras habían sido desmenuzadas hasta encontrar el perfecto equilibrio. ¿por qué nunca me hablaron de esa poesía en la universidad? Comprendí que la poesía para los académicos debe de ser la poesía políticamente correcta, esa es la clase poesía que se enseña en las universidades, se transmite de generación en generación…Chicos como Fonti, Brenda y los demás se encargarán después de que el asunto continúe así, también se encargarán de llenar los estantes de las bibliotecas de libros que se empolvarán porque a nadie les interesa leer, excepto claro al anacrónico círculo de erudición académico en el que se darán lisonja unos a otros.

Días después de aquello regresé a la biblioteca en busca de más libros de Karmelo, pero nada, no hubo más. Después, un par años más tarde, fue que logré encontrar en la FIL un par de poemarios suyos: Las luces interiores, publicado por editorial Renacimiento y OTRA CIUDAD, OTRA VIDA de editorial Huacanamo. Ambos poemarios magníficos y de los que comparto un poema de cada uno de ellos:

El ROMATICISMO

Dice que le regalé una estrella,

dice que fue en el puerto,

una noche de domingo,

cuando empezábamos a salir.

Yo no recuerdo nada, la verdad,

hace media vida de eso. Pero,

vete tú a saber. Bien mirado, puede

que hasta sea cierto: veinte años,

tonto perdido de amor,

y sin un duro en el bolsillo…

Qué otra cosa le vas a regalar.

 

TODO, NADA

No es cansancio,

ni hastío,

o no es solo eso,

le dije.

Es otra cosa.

Es como si tuviese todo

lo que nunca quise.

 

La cuenta de Facebook del maestro Iribarren es muy activa y por medio de esta red social logré contactar con el autor, y gracias a él logré conocer el trabajo de poetas como Ape Rotoma, Emma Cabal, Ismael Cabezas, David González (David, cuya obra poética merecería una entrada aparte, pero es complicado conseguir sus libros), Pedro Andreu, Iván Rojo, Jorge M. Molinero, Víctor Pérez, Alfonso Brezmes, Fernando Sarria, Manuel González, Vicente Muñoz Álvarez entre otros autores de quienes he logrado conseguir algunos de sus libros y otros a los por la imposibilidad de conseguir sus libros les leo sólo en sus muros. Le propuse a Karmelo hacer una entrevista para PFES a la cual accedió y pues nada, aquí está:

 

Albert SIhod: Mientras me documentaba para hacerte está entrevista, me di cuenta de hay quienes te consideran un escritor maldito ¿Qué piensas sobre esto?

Karmelo C. Iribarren: Me hace gracia, sin más. El malditismo hoy es pura pose, estrategia. Nunca he tenido nada que ver con eso.

 

AS: Tu primer libro con editorial Renacimiento La condición urbana, fue publicado en 1995, hace poco más de veinte años y este año editorial Visor ha publicado Mientras me alejo ¿Algo ha cambiado en tu manera de escribir en ese lapso de tiempo?

KCI: Me imagino que sí, aunque nada más sea por el tiempo transcurrido entre uno y otro. El tiempo, como sabemos, no deja nada, ni a nadie indemne a su paso. Seguro que algo ha cambiado, lo que no sé es si a mejor. Bueno, los lectores tienen siempre la última palabra..

 

AS: Como comentaba en la reseña, creo que el no haber asistido a la universidad, te permitió encontrar tu propia voz, o bien que no se contaminase por la academia ¿Qué piensas sobre este hecho de no haber asistido a la universidad?

KCI: No pienso en ese asunto. Cada uno tiene la biografía que tiene, hay que arrear con ello. En lo que a la poesía se refiere, de la universidad salen poetas magníficos y poetas en serie, todos iguales, grises, correctos, buenos chicos que buscan su camino —y su pequeña gloria—entre la burocracia poética, valga el casi oximorón.

 

AS: He seguido tu obra por bastante tiempo, no de la manera en la que quisiera porque me resulta imposible conseguir todos tus libros en mi país, pero he notado que en algunas entrevistas que te han hecho hablan de un Boom de Karmelo C. Iribarren, hablan del éxito que merecías desde hace tiempo ha tocado tu puerta. ¿Es cierto este éxito del que se habla, están dando por fin el valor que merece tu obra en el panorama literario español actual?

KCI: El éxito me mira y yo a él, cada uno en su sitio, respetándonos, dije en Diario de K. Lo que ha sucedido es que después de años de silencio y ostracismo al final he salido un poco a la luz, o, mejor, me han sacado a la luz, porque han sido los lectores quienes han decidido que mi poesía merecía la pena. En mi caso ha funcionado el boca a boca sobre todo. Pero los grandes mandamases siguen viéndome como un advenedizo, algo raro, poco fiable. El problema para ellos —en el caso de que lo tengan— es que yo me he colado por otra puerta.

 

 AS: En todo escritor existe siempre un punto de inflexión, un punto de no retorno en el que se da cuenta—se acepte esto de buena o mala manera—de que le resulta imposible vivir sin escribir, siendo esto como una especie de necesidad ¿Cuándo y cómo fue ese momento para ti Karmelo?

KCI: No podría precisarlo, pero me recuerdo escribiendo desde la adolescencia, o intentándolo. Ahora bien, no fue una revelación, un impacto, fue, como bien dices, una necesidad que acabó en costumbre. Seguramente si no hubiese caído en mis manos aquel primer libro que leí—y que ni recuerdo cuál fue— nada de todo esto hubiese sucedido. Uno escribe poemas porque previamente ha leído poemas, es su consecuencia. El hecho de persistir obedece a otras causas, algunas hasta inconfesables, pero que sería en cualquier caso largo y prolijo enumerar ahora.

 

AS: En alguna entrevista hablas de un personaje dividido por el que ha sido compuesta tu poesía, una parte de este personaje fue el activo, el de hace años, el de la acción y está la otra mitad del personaje que es el pasivo, el observador y analítico, el de hoy, Ya no soy ese al que le suceden las cosas, sino ese otro que observa has dicho ¿Hay en ti nostalgia por el personaje activo, ese al que le sucedían las cosas, y como poeta cuál mitad de este personaje dividido consideras te ha dado mejores herramientas para la creación?

KCI: No soy de releerme, aunque últimamente he tenido que hacerlo, dada la profusión de libros recopilatorios que he tenido que preparar. Me siento más cerca de lo último que he escrito, por cercanía, supongo, me veo más ahí, soy más yo. Creo que mi poesía, a partir sobre todo de La frontera y otros poemas, se vuelve más tranquila, la mirada es una mirada más reposada, entran en juego el desengaño, la ironía, una cierta filosofía de bolsillo que te dan los años, la experiencia… El joven peleón cambia la cerveza por el café, y se sienta a una mesa, y desde ahí observa el mundo, sin prisa, sabe que no hay nada para él, y hasta de eso se ríe.

 

AS: Siempre he considerado a quien escribe—porque es así como me considero a mí mismo quizá—como alguien que nunca descansa, todo lo que acontece alrededor sirve para la creación, si no sirve hoy quizá servirá mañana, no existe desecho para quien escribe, todo es carbón al que se le puede meter flama, pero entre toda esa andanada de sensaciones y vivencias existe después un proceso de reciclaje ¿Qué es lo que debe contener un poema de Karmelo C. Iribarren para que le consideres como tal, como un poema completo? 

KCI: Comunicación, emoción, efecto estético.