13, número cabalístico, el de la mala suerte para los supersticiosos, el evitado. Para Blur fue el número de la plenitud sonora, el número que los glorificó (porque consagrados fueron a partir de Parklife), el número liberador, tanto en lo musical como en lo personal. Mientras Graham Coxon evadía, mediante el feedback y la experimentación, las etiquetas que lo definían como uno de los más grandes guitarristas de su generación, Damon Albarn exhibía el dolor que albergaba su espíritu mediante las letras a manera de terapia. Y sí, en efecto, todo esto a lo largo de 13 canciones.
Una portada cortesía de Graham Coxon y tres fantásticos videos complementan el legado del álbum, ¿quién no sintió la piel de gallina al ver el video de «Tender» en el que Coxon y Albarn manifiestan su angustia mediante una alabanza?, o la gracia de la intimidad irrumpida al ser grabados por Thomas Vinterberg mientras dormían para el video de «No Distance Left To Run», probablemente la canción más triste de su generación, y ni hablar de «Coffee & TV», uno de los videos más recordados y carismáticos de la década de los 90’s.
En el año 1999, la banda londinense terminó de alejarse por completo del sonido mediático característico del britpop, un distanciamiento que comenzó con su increíble álbum homónimo (resultado de su gusto por Pavement). Considerable tarea se les venía encima, sin embargo, les tomó poco menos de dos años para conquistar la cúspide con un álbum que definiría las auténticas posibilidades del movimiento británico que asomaba en el horizonte su conclusión.
Algunas de las canciones del álbum son cimentadas sobre las cenizas del rompimiento de Damon Albarn con su novia Justine Frischmann de la banda Elastica. Al consumar una relación de 8 años, sin embargo, el sonido es de lo más diverso posible; se desplazan con destreza del gospel a la experimentación y de la psicodelia a lo electrónico.
En lo personal, sin considerar los singles lanzados, encuentro fascinantes las siguientes canciones:
«1992» con su base rítmica repetitiva y sus puentes cargados de efectos y experimentación, una perfecta secuela a «Sing» de su álbum debut.
«Battle», oscura, espacial, inquietante, sólo basta escuchar la guitarra al minuto 2:17 para rendirse ante su extraña belleza.
«Trailerpark», el hechizo que pudo haber sido creación de Portishead y uno de los sonidos que reencarnarían más tarde como Gorillaz.
Por último «Optigan 1», perfecto cierre melancólico para un álbum ecléctico y fastuoso.
13 suena al dolor furtivo del corazón, pero también a la esperanza de un nuevo comienzo, a la desilusión de la pérdida y a la paz que acompaña el dejar ir, suena a gospel, soul, guitarras distorsionadas y sonidos oníricos, a belleza y rebeldía, a madurez y a nostalgia, pero sobre todo suena a Blur.