En 1999, Andrés Calamaro era ya una figura reconocida en la escena del rock en español, como parte primero de agrupaciones emblemáticas como los Abuelos de la Nada y Los Rodriguez, así como también por una carrera solista que retomaba poco antes con un disco también ya clásico dentro de su repertorio: Alta Suciedad.
Para esa época, el artista vivía una de sus etapas más convulsas y llena de excesos, así como también una de las más creativas y apabullantes en cuanto a creación compositiva (Se dice que entre 98 y 99 había compuesto alrededor de cien canciones).
Es bajo ese contexto, que Calamaro edita el que es considerado por muchos (me suscribo a ello) su mejor trabajo, el disco doble Honestidad Brutal. El álbum en sí, fue una sucesión de éxitos que le significó a Andrés confirmar su lugar en la historia del rock hispanoamericano en general y del rock argentino en particular, y puede ser, tal vez, el mejor disco doble que se ha creado dentro de estas latitudes, y es que en esta ocasión, como pocas, la calidad iba de la mano con la cantidad, con un disco brillante donde cada canción (valga la redundancia) brilla con luz propia.
En Honestidad Brutal, no solo la creatividad del músico estaba desbordada, sino también sus pasiones. Desde su honesto tributo a los clásicos (Desde Bob Dylan hasta Carlos Gardel, pasando por James Brown y muchos más) hasta lo que compartía en cuanto a sus sentimientos y vivencias personales, todo ello enmarcado dentro de una amalgama musical igualmente apabullante: Pop, Tango, Bossa Nova, Funk, Dub, música ranchera, entre muchos otros estilos con los que Calamaro jugaba y salía bien librado, con un sonido más crudo que su producción anterior.
Ahí teníamos pues, todas las facetas de lo que era Calamaro como compositor, desde la descarnada y oscura “El Día De La Mujer Mundial” hasta la luminosa joya pop “Te Quiero Igual” (Canciones que por otro lado iban una detrás de la otra, para darse una idea de que lo que se venía era una colección de temas tan disímbolos entre sí como homogéneos en su totalidad).
Anécdotas, historias, tributos, melancolía, tristezas, luz, sombra, honestidad sin miedo. Calamaro perfeccionó y desbordó lo que había ya mostrado en Alta Suciedad de una manera más intensa y descarnada, y con un perfil competitivo, más crudo e inmediato, sin llegar a los excesos en los que luego cayó en El Salmón. Hoy, este disco cumple 20 años y hay que celebrarlo.