Mary Hansen sale de su casa en un día cualquiera, tiene 36 años, no tengo idea, ni se refiere en ninguno de los obituarios provistos por el gran internet, cuánto tiempo pasa entre el momento en que emprende su viaje y el momento fulminante, cuando, en un movimiento inaceptable de los hechos, un camión la embiste y su vida se termina en un segundo, dejando a Stereolab en una posición más que indeseable.
Estamos hablando de 2002, cuando Morgane Lhote desertó y el murmullo con respecto a la banda llegaba a nivel de titulares escandalosos como la ruptura sentimental de Gene y Sadier. Un 9 de diciembre para ser precisos, no tengo ninguna memoria en especial de aquel día o de aquel año, quizás porque vivía mis días con la idea ingenua de la vida eterna y entonces todos los días eran iguales, tiempo después comprendí que la idea era lograr que fueran todos diferentes.
No puedo decir que aquello fuera una epifanía de la post-adolescencia, más que nada porque, cada que uso la palabra “epifanía”, mi amiga M se molesta conmigo porque dice que la desgasto y la utilizo indiscriminadamente y que no podré experimentar el impacto real de su significado cuando realmente se me presente. El caso es que, escuché un día cualquiera la historia de una mujer que salió de su casa por medio kilo de huevo y al regresar, un pequeño poste que anunciaba el nombre de la calle se venció justo a su paso y la desnucó en un movimiento digno del más sofisticado asesino a sueldo hollywoodense.
Cuando llega a ti la idea de la muerte súbita se vuelve difícil sacarla de tu mente los primeros días; pareciera que nada más importa y que la amenaza es latente y el fin de la existencia inminente e inevitable y sin embargo, al pasar de los días su potencia se disipa como el sonido de una mosca que finalmente dio con el punto exacto en la ventana.
Existen aquellos que prefieren darse cuenta de esta situación y no hacer nada, otros que llenan sus vidas con un millón de actividades como si el hecho de añadir una más prolongara los momentos o el tiempo o la vida, o cualquier cosa que sea la que estén sumando estos barrocos del sentido. Existen otros que dicen tomarlo con naturalidad y aceptan que todo perece, mientras inhalan con la propiedad de un yogui en samadhi. Yo por mi parte prefiero sucumbir al terror absoluto ante la idea y entonces vivo, como quien ha sido condenado a muerte y le es concedido un día más antes del cadalso.
Mary Hensen quizás intuyó algo, quizás no, quizás pensaba en algo absurdo o demasiado banal, dirían algunos, pero de algo estoy seguro, porque su voz al cantar lo revela, fuera lo que fuera eso que pasó por su mente en ese momento súbito fue algo honesto y más allá de eso poco se puede pedir. Las dosis de realidad son escasas en un mundo dominado por la información que se desgasta como las palabras cuando no son las indicadas para cada instante.
La idea pues, de la muerte súbita, es abrumadora pero también liberadora, la música lo devela en su nivel estructural, cada una de las notas muere de a poco después de haber sido emitida y así una canción es una sucesión de notas que mueren y al final, cuando terminamos de escuchar un álbum, nos encontramos en presencia de un cementerio de sonidos que han dejado una grata sensación al espíritu o a la filigrana del cuerpo material, como sea que se quiera ver. Entonces concluyamos que si bien la muerte es inevitable, la vida también lo es y en el transcurso de la misma, la música producida también es inevitable, no se puede contener, te puedes alejar de ella, pero no la puedes evitar cuando sucede, el sonido es tan súbito como la muerte.