El mundo moderno es un mundo inmediato. Según los cánones establecidos por las radiodifusoras y los agentes de marketing, las canciones no deben durar más allá de los cinco minutos y de preferencia se deben evitar sobresaltos o rarezas si se quiere tener acceso al fastuoso mundo mediático. Hay quienes siguen estas reglas al pie de la letra, incluso tienen un nombre para este procedimiento, lo llaman: la fórmula.
La fórmula dice que una canción debe ser accesible y que debe crear una conexión instantánea con el escucha, pues, este tiene el poder de pulsar un botón y seguir navegando por el universo infinito de las canciones. Debe ser corta, pues las estaciones de radio están más interesadas en la venta de espacios publicitarios que en la divulgación de la música y debe ser familiar, no se recomienda la experimentación ni las ocurrencias. La calidad del sonido debe ser impecable pues la competencia es feroz en este mundo de apariencias.
Hace algún tiempo, en una reunión atípica en una azotea de la ciudad de México, un colega músico nos habló de la fórmula, la veneraba como si se tratara de una deidad y no aceptaba ninguna contradicción al hecho de que, la fórmula era infalible y era casi una obligación emplearla en cada pieza que uno estuviera diseñando. Así, nos dimos cuenta de que, en ese mundo, la música era un proceso lógico irreductible. Nos invitaron a participar de él, sin embargo, nunca fuimos muy del estilo de obedecer las reglas ni somos considerados los seres más disciplinados de la comunidad, quizás incluso, seamos considerados como las piezas más caóticas de la ecuación de la “escena”.
Salimos de aquella reunión contrariados, pensando que quizás nuestro aburrido colega tenía razón y que tal vez, piezas de nueve minutos no eran lo que la gente estaba buscando y entonces, caminamos en silencio hasta la estación del metro, en las pantallas del andén pasaban el video de unos viejos amigos, rediseñados, desde los tenis hasta la punta de cada uno de sus cabellos, el silencio se rompió después de un rato de observar el video.
“La fórmula”, murmuré y me salió una sonrisa. En ese momento quedó claro para mí que existe un método infalible para cualquier cosa y que la música no era la excepción. También comprendí que uno puede o no entrar en el mundo de la competencia encarnizada o simplemente darse cuenta que, ni el mundo ni la vida, son una competencia y que la música no se trata de sobresalir ni de un oficio destinado a pagar la renta, como lo son los oficios tradicionales. La música tiene su parte más noble en la honestidad, y la honestidad no tiene ninguna fórmula preestablecida, se trata simplemente de una explosión que viene de adentro y sale con la forma que sale. Desde luego se puede moldear y corregir, pero no con base en lineamientos absurdos establecidos por burócratas de la radio o de los medios.
Han pasado varios años después de aquel evento y hasta la fecha recordamos aquella conversación como una advertencia de que, el camino al “éxito” es en realidad muy simple y aburrido, pero el camino a la liberación es un millón de veces más reconfortante. Aprendimos que los artistas no existen y que tan sólo es el nombre de uno de tantos gremios que existen en el mundo, que, como decía Alan Moore, el trabajo del que crea no es darle al público lo que quiere, si no, pensar un poco más allá y tratar de identificar qué es lo que necesita. Preguntarse qué función tiene una pieza en el universo de las cosas más allá de sus atributos comerciales.
El mundo moderno es un mundo inmediato en el cual, a veces no queda tiempo para hacerse este tipo de preguntas, el que no compite contra los demás, se encuentra en constante competencia consigo mismo. Yo pienso que la auténtica liberación viene de la disolución de esos dos tipos de competencia. Pienso que no se trata de preparar la mejor pasta del mundo, si no de preparar una pasta rica para hacer los días más luminosos. No se trata de hacer la mejor canción del mundo, más bien se trata de hacer la canción que más se tenga ganas de hacer en el momento preciso que surge la idea de hacer una canción.
Hoy, antes de irme a dormir, pienso esto, en el poder de manipulación de la fórmula y en la rígida estructura burocrática que rodea a los “artistas”. Me alegro de estar lejos, de haber tenido la oportunidad de encontrar en la música una forma de ser honesto sin serlo completamente. A final de cuentas, la mentira, es otra parte de la verdad, como cualquier cosa que es, en este incansable mundo inmediato.