Nos encontramos en un punto en el cual la música ha sido relegada a un segundo plano, por considerar que no se trata de una actividad esencial, en mi caso puedo entenderlo perfectamente, ya que, cuando se habla de lo esencial en estos días nos referimos a todo aquello que es esencial a nivel económico, es decir, las actividades que producen o generan dinero y es bien sabido que la música en el tercer mundo, salvo contadas excepciones, es poco redituable.
Un músico, en la actualidad se ve obligado a poner su obra a merced de la internet, y si bien el alcance que podía llegar a ofrecer este medio a nivel orgánico era masivo en los tiempos del internet sin restricciones, en este momento, esa cualidad se ha ido esfumando lentamente y hemos vuelto al sistema tradicional, del cual intentamos huir en primera instancia, en el cual, el que paga pega, al viejo estilo de la payola, y el que no paga, corre el riesgo de perderse en el olvido.
Hoy en día, el alcance de una plataforma de internet se limita a la zona horaria que te corresponde, si uno busca aprovechar toda la dimensión del internet debe pagar en cada publicación para que esta se extienda más allá de los usuarios que ya están interesados de entrada, es una cuestión de valor simulado, no hay forma de acceder a más escuchas de forma orgánica si no se invierte la cantidad solicitada, se trata de un algoritmo prefabricado, lo cual vuelve difícil el acceso a círculos diversos y entonces todos, como escuchas y como creadores quedamos relegados al sector que indica la descripción de nuestro perfil, el espantoso mundo de las etiquetas.
Este sistema se extiende a todo, las corporaciones de internet dividen el mundo en secciones, porque es más fácil para ellas discriminar un mercado específico, es decir, rastrear el dinero que le corresponde a cada uno de los gremios que existen en la red y entonces, vamos navegando y regalando likes y eso va conformando nuestra personalidad virtual, que poco tiene que ver con nuestra personalidad orgánica, pero, sirve para que las empresas y los productos puedan saber quién es esencial y quién es prescindible.
Hace unos días, el internet se conmocionó al darse cuenta, una vez más que, las grandes empresas se apoderan de los datos de los usuarios, esto no debió ser sorpresa para nadie pues desde siempre una de sus misiones ha sido la de recolectar información con fines mercantiles, sin embargo, las vestiduras se rasgaron de nuevo y miles de usuarios decidieron migrar a plataformas supuestamente más seguras, en un acto de futilidad sin precedentes y es que, ya no existe un lugar seguro en internet. Las plataformas, o bien comparten indiscriminadamente nuestra información con la finalidad de vendernos o por otro lado, ocultan tan bien nuestras identidades que se convierten en bastiones para comunidades crapulentas.
Así pues, después de haber echado a perder el internet al haberlo transformado en un centro comercial de mal gusto, donde el producto es el mismo usuario no queda más opción que comenzar a pensar en un regreso al mundo real, donde, si bien también somos monedas de cambio, podemos elegir con más libertad que la que nos ofrece hoy en día, esta versión limitada del internet que ha llegado para dominarlo todo.
El regreso a un mundo real donde lo esencial tenga más que ver con las posibilidades de lo que es creado que, con su capacidad para producir dinero, un mundo donde una canción te puede cambiar la vida y un concierto puede ser tan memorable que aún años después sigas hablando de él, un mundo donde no seamos todos desechables y en el cual el que paga tenga las mismas posibilidades que el que no paga. Pero bueno, eso ya suena más a un rincón utópico de la existencia, mientras eso sucede, los creadores y aquellos que disfrutan la música debemos seguir al pie del cañón, demostrando con cada canción que, a pesar de lo que dicten los informes oficiales, la música sigue siendo un valor esencial.