Podrían darnos millones de datos respecto al océano Atlántico; sus medidas, la cantidad de agua que lo compone, las batallas que se han librado sobre su superficie, lo podríamos incluso cruzar o entrar hasta el cuello en él y al momento de tener que explicarlo todo lo anterior no haría ninguna diferencia. Sería solo lo que nuestros sentidos perciben y la incapacidad de nuestra mente para comprenderlo en magnitud, profundidad o significado. Y es en el contraste donde está la magia, en las pequeñas hormigas presenciando una galaxia, pretendiendo clavar pequeños alfileres con palabras rotuladas en él a pesar de la imposibilidad de siquiera tocarlo. Así, podría escribir días y días respecto a este disco o podría escribir una sola línea. Quienes saben, saben.
Hoy vemos el folk rock como una parte inmutable del paisaje musical, pero fue Bob Dylan quien, con Bringing It All Back Home, prácticamente dio vida al género. Hasta antes había la proto versión de la americana y la mutación del rock inicial de los cincuentas como opciones y en cierto sentido como enemigas. No fue hasta que las dos tapas de este disco se cruzaron, en el apogeo artístico del mejor escritor de canciones de la historia, que la semilla de lo que vivimos los últimos cuarenta años cayó de la mano de Deméter a nuestro planeta.
El 13 de enero de 1965, Dylan regresó a los estudios Columbia de Nueva York con 18 canciones escritas en la vorágine de su santificación como el profeta, alimentadas por la sobrecarga mediática y lubricadas con vino tinto, marihuana, anfetaminas y ácido, entonces aún legal. Entre ellas, aguardando su momento durante todo un año, dormitando en espera de ser liberadas estaban tres canciones seminales que en distintos momentos de debates de madrugada podrían señalarse como las llaves que abrieron géneros, carreras, análisis, etc. Tres canciones que seguramente inspiraron a la misma cantidad de artistas a iniciar y terminar sus carreras.
«Subterranean Homesick Blues» y su paranoia y radicalismo, las imágenes de la lucha por los derechos civiles, el draft a Vietnam y la ironía como arma para enfrentar la desilusión sistemática con las estructuras que sostenían frágilmente el mundo heredado: No necesitas un meteorólogo para saber hacia donde sopla el viento. «Mr. Tambourine Man», con su realismo mágico, la poesía universal y las pistas claras de un artista tratando de domar fuerzas que tal vez no provengan de él, el choque entre la fuerza imparable y el objeto inamovible: Permíteme olvidarme del hoy hasta mañana. «It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)», una metralleta de epigramas que desmonta la hipocresía social con feroz convicción y va, una a una, degollando cada columna que sostiene lo que llamamos realidad: Está bien, ha sido suficiente, ¿qué más puedes mostrarme?
Puedo escribir de George Orwell, de simbolismo Francés, de Ginsberg, Rimbaud, de Seeger, Verlaine, Voltairine de Cleyre; puedo contar las canciones, mencionar curiosidades históricas o listar artistas que han hecho carreras enteras en los hombros de éste álbum; o puedo ahorrarle querido lector minutos de su vida y concluir. El mejor disco de la historia. Lejos.
P.d. Para más hipérbole por favor visite: Top 81 canciones de Bob Dylan.