Un benéfico enfoque “tipo vinilo” para la vida
El vertiginoso estilo de vida que llevamos (mismo que ciertamente ofrece muchas ventajas) se está colando en nuestros momentos de ocio/esparcimiento y creo que es algo preocupante. Es por esto que sugiero llevar el acercamiento “tipo vinilo” a todas nuestras actividades que incluyan placer.
Para contextualizar: tengo 33 años y medio de edad, el primer formato en el que escuché música fue el cassette (originales y grabados de la radio) aunque hasta mis 18 años el disco compacto fue el formato que más escuché. Siempre hubo a la mano alguno que otro vinilo heredado, pero era muy raro que se escucharan. No, durante mi juventud el CD fue quien sonorizó, y en altas cantidades, mi camino. A mis 18 años empecé a coleccionar vinilos de manera seria, cuento con una respetable colección y desde hace años es el formato que manda en mi vida, a continuación intentaré explicar el porqué.
Desde que tengo memoria la música siempre ha sido importante para mí, recuerdo por ejemplo a mis catorce años ir en camión bajo una fuerte tormenta a comprar Be Here Now de Oasis el día de su lanzamiento, volver a casa empapado, abrirlo, sacar el booklet, ver el diseño, apretar el botón de reproducir y, leyendo las letras, enfocarme únicamente en la música por los siguientes 72 minutos… Incontables veces repetí el hermoso ritual, con ese y muchos otros discos. Hay un placer especial en escuchar con atención y de principio a fin, discos que has estado esperando.
Y luego… el MP3 llegó.
Me gustaría de antemano aclarar que esto no es un arranque de viejo que anhela el pasado (ya hice un texto donde aclaro mi posición ante la nostalgia), ya que lo que discuto no es un punto en el tiempo, sino una manera de entender y hacer las cosas, así como las cualidades de ciertas herramientas para facilitarlo o complicarlo.
El MP3 llegó, y con él, posibilidades nunca antes conocida por mi generación o anteriores: Descargar canciones sueltas de un catálogo musical virtualmente infinito, acomodar esas canciones en el orden deseado, almacenar y compartirlas de una manera rápida (para la época lo era) y sencilla… el paraíso. De repente podíamos cargar con nosotros más de 100 canciones de diversos artistas en un mismo CD grabable y, como era de esperarse, no pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos atiborrar iPods de hasta 160gb o discos duros externos de mucha mayor capacidad. Evidentemente la opción de comprar únicamente CDs originales siempre estuvo ahí, pero la tentación, aunada a la precaria economía juvenil, era demasiada.
Esto propició entre muchas otras cosas que pudiéramos amasar una colección más allá de nuestro presupuesto en tiempo récord, compartirla de manera inmediata y en muchos casos (como el mío) sucumbir ante la voracidad que viene cuando se tiene todo al alcance de la mano, adquiriendo discos a una velocidad mucho mayor a la que se pueden escuchar o al menos a mi parecer, disfrutar.
Personalmente, tuve una temporada de alrededor de dos años en que realmente no escuchaba la música, a falta de una mejor palabra, se podría decir que la “escaneaba”, esto con el propósito de poder almacenarla y tener una opinión (bastante mal formada) del disco en cuestión para cuando llegara el momento de hacerle una crítica. Esta es sin duda la época en la que menos disfruté de la música y el darme cuenta de ello fue la principal razón por la que me incliné hacia el vinilo.
Estoy seguro que hubo quienes pudieron tomarlo con calma y continuar con un ritmo de escucha que les permitía seguir disfrutando la música y ante ellos me quito el sombrero, pero también debe existir el polo opuesto que aun al día de hoy, pasado el frenesí de la novedad, mantienen ese ritmo compulsivo de adquisición y escucha, que miden su colección en terabytes pero que desconocen un gran porcentaje de su contenido. Es a ellos a quienes exhorto a re-evaluar sus hábitos de adquisición y consumo de música, asumiendo que el fin principal de hacerlo es el de disfrutarla.
Hay muchas razones por las que el vinilo es elegido para coleccionar y escuchar música: su sonido, su favorecedor tamaño para el arte de las portadas, simple preferencia, moda… Sin embargo, en mi caso creo que el factor número uno fue su carácter ritualístico. Uno no puede de manera casual apretar un par de botones y escuchar un vinilo, sino que es necesario tomar el disco, sacarlo de su caja, verificar la cara que se desea escuchar, colocar la aguja… todo esto si bien no obliga a prestar atención, definitivamente lo favorece y nos invita a hacer una pausa y enfocarnos en el placer de escuchar un buen disco.
Es justo aquí donde creo que esto puede conectarse con el resto de nuestros momentos de placer, y no solamente a la acción específica de escuchar música. Es cada vez más común que escuchemos música mientras platicamos, chateamos, comemos y elegimos una película para ver en Netflix. De este modo nos entretenemos cada vez más fácilmente pero disfrutamos cada vez más escasamente.
Lo llamo acercamiento “tipo vinilo” por decir algo, pero simplemente significa enfocarnos a nuestras actividades para obtener el mayor placer posible de ellas: si vamos a platicar, platiquemos; si vamos a comer, comamos; si vamos a leer, leamos; si vamos a ver una película, veámosla; si vamos a pasear, paseemos; si vamos a escuchar un disco… creo que el punto al que voy es claro.
Al escuchar un vinilo no existe el scroll, no existe el zapping, no existe el skip, no hay anuncios para adquirir la versión Premium… creo que sería muy agradable una vida que se parezca a eso.
I feel like an old railroad man
Getting on board at the end of an age
The station’s empty and the whistle blows
Things are faster now and this train is just too slow
And I know I can walk along the tracks
It may take a little longer but I’ll know how to find my way back.