Un aire dulce me recorre la cara mientras bajo las escaleras del estacionamiento del teatro Degollado, “sólo monedas” señala la maquina; me busco en los bolsillos y nada, polvo, ceniza y diminutas esquirlas de tabaco, en la cartera tengo cien pesos. Subo las escaleras de nuevo y voy de regreso hasta la explanada, me detengo un momento y escucho a un viejo tocar la flauta cerca de una de las fuentes, está solo y abstraído. Su trino es suave como el color de la madera vieja. Me detengo un momento a escucharlo en silencio y su sonido me absorbe.
No tardo mucho en darme cuenta de que, lo que en realidad quiero es ir a sentarme en una banca a escucharlo tocar. Discípulo de mi voluntad así lo hago, me siento en una banca desde donde puedo ver el teatro eclipsado por la sombra de la catedral y el viejo termina su pieza, aplaudo ligeramente para no hacer evidente que nadie más está aplaudiendo, pero, con la cabeza viendo al suelo, el viejo dirige una sonrisa justo al rincón donde estoy sentado, señal de que me ha escuchado. Maravillado por el oído prodigioso de aquel agradable sujeto, prendí un cigarro y me dispuse a escuchar el resto del set que duró el tiempo exacto para que el viejo recolectara diez monedas de diez pesos en un vaso de unicel que tenía bien vigilado en el suelo. La escusa perfecta para estrechar la mano del maestro.
Me acerqué y le dije que le cambiaba mi billete de cien por sus monedas de diez. Se sonrío, contó las monedas y con un apretón de manos hicimos el intercambio. Me despedí cordial: “Gracias maestro”, le dije y salude con la mano cuando estaba a unos cuatro metros para darle un toque dramático a la despedida y que la plaza entera supiera que aquella tarde, entre dos salas de conciertos naturales, aquel hombre dio cátedra sentado en la fuente. Los lugares con dueños poderosos son impenetrables para aquellos que no gozan de los favores del azar y la buena fortuna.
A pesar de todo me sentía contento, una especie de vitalidad que no había experimentado en mucho tiempo, aquello fue una suerte de concierto masivo sucediendo de manera espontánea, sin los mil requerimientos que son necesarios para hacer un masivo programado. de nuevo en la ciudad donde aún se abusa de la creencia en los géneros musicales, el punk triunfó. Claro, algunos podrían decir que aquello sólo fue un evento fortuito y que en todo caso, todos aquellos músicos que tocan en la calle se enfrentan a un evento masivo cotidiano. A lo que yo respondería que, efectivamente, un músico que sale a la calle a enfrentarse a una ciudad inclemente a diario desarrolla una disciplina abrumadora y humildad a prueba de balas.
Con el regreso de la música a la ciudad comienzan a sentirse los ligeros cambios que le dan personalidad, la vida nocturna vuelve a aparecer, aunque en realidad la clandestinidad mantuvo encendida la flama durante todo este periodo de sequía cultural. Muchas gracias. Poco a poco se restablecen los pocos venues que soportaron la embestida del virus, o el nuevo orden mundial, como guste llamarlo. Al despertar del letargo nos damos cuenta que muchos ya no están y que las cosas no son lo que eran y que si el mundo cambia es porque nosotros cambiamos y si se queda igual es porque no estamos haciendo nada, o siquiera lo suficiente para que las cosas sucedan, o no sucedan, dependiendo del capricho con que hayamos amanecido el día presente.
Habrá que mirar nuevos espacios, nuevas formas de experimentar la música y darle valor a lo que los músicos nos ofrecen. Puedo sentir la efervescencia de una ciudad que despierta y el trabajo que nos está costando, como si una fuerza inexplicable obrara sobre todos y cada uno de los que aquí habitamos y nos dijera: “ cinco minutos más”. Y es que, despertar y levantarse son dos universos completamente distintos, el despertar es lo más simple, un instinto, de las pocas acciones naturales que podemos corroborar del cuerpo.
Levantarse por otro lado, implica entrar en conflicto con la voluntad individual, responder la pregunta fundamental de la filosofía según Camus, suicidarse o no, esa es la cuestión para el francés, hacerlo supone no ir a trabajar, no lavar los platos, no sacar la basura, no alimentar al gato, pero ahí te detienes, es tu amigo, no puedes dejarlo sólo,entonces has llegado a través del otro a la determinación inalienable de que, eres mortal, el primer paso de un auténtico guerrero samurai según el bushido del maestro Morihei Ueshiba, quien pensaba que la batalla puede ser entendida como una forma de vida armónica, aikidó.
Bajé las escaleras al darme cuenta que mi digresión había llegado demasiado lejos y que el tiempo del estacionamiento seguía corriendo, al llegar frente a la máquina un técnico echaba el cerrojo a la chapa , me vio bajar y dijo. “ listo joven, nomás que sólo acepta billetes.” me sonreí y subí de nuevo las escaleras para cambiar mis monedas, esperando encontrar el billete y con suerte, un poco más de esa música desconocida que suena entre las casonas viejas de la ciudad que despierta, pero no se levanta.