En el microcosmos megalomaniaco de Donald Trump (y de mucha gente al parecer), los Estados Unidos siempre ha sido una nación de estirpe pura, borrando de su cabeza que parte de lo que ha hecho grande a esa nación (para bien y para mal) ha sido la inmigración; desde la llegada de los colonos ingleses a sus tierras, hasta la fuerza trabajadora de la que hoy en día tanto reniegan, pasando por una gran cantidad de personalidades famosas que tienen ascendencia inmigrante, los cuales han ayudado a poner en el mapa el nombre del país.
La migración mexicana específicamente ha traído una retroalimentación entre las dos naciones, tanto económica, como culturalmente, ciertamente complicada y en ocasiones sofocante, la cual se ha hecho más tangible y dramática en un punto que hoy día es el ojo del huracán no solo a nivel regional, sino mundialmente: la frontera entre México y los Estados Unidos. En esa complicada zona, dentro de la continua retroalimentación que existe, es en la música popular donde se da un mestizaje evidente y que no se entendería si no hubiese un constante ir y venir entre los pobladores de ambos países. Hay una relación donde se nutren los estilos e instrumentaciones surgidos de uno y otro lado de la frontera, aportando rasgos distintivos que han construido una cierta identidad, enarbolándola en su mayor parte, dentro de lo que se conoce como Rock Chicano, que aun cuando puede ser amplio estilísticamente, las características más distintivas siempre han sido el blues en unión a la orquestación basada en instrumentos de viento y metales, así como el uso del acordeón, hasta las vocalizaciones de innegable identidad mexicana, aun cantadas en inglés; esto proyectaría un sentimiento de una calidez latina tangible, muy mexicana, tanto en sus forma como en su concepto.
Lalo Guerrero fue la cara más distintiva y la que abrió el camino para las futuras generaciones de mexicoamericanos que fueron ampliando el espectro y la idiosincrasia musical chicana. De ahí partieron artistas hoy icónicos, producto de la fusión de las dos culturas, que han dejado su aporte al universo musical y al rock en específico; desde los ecos de Ritchie Valens, el cual en su momento rompería paradigmas con la ejecución de “La Bamba”, pasando por la mezcla de ritmos afroantillanos con música de guitarra de Santana o el celebrado abanico estilístico de Los Lobos, grupo que ha hecho de su música todo un referente del sur de los Estados Unidos, hasta llegar a artistas tan imprescindibles como Calexico, un grupo donde fluye de manera natural el alt country, post rock y la música mexicana. No podemos tampoco obviar la influencia que tuvieron entre si la llamada música western, el country y la música mexicana para recrear sonidos que hoy pueden escucharse en su mayor parte, en algunas bandas sonoras, y ni que decir de ese híbrido que en el nombre lleva su herencia, el tex-mex.
Pero la migración mexicana no ha tenido aportes solamente en estas variantes musicales, netamente enraizadas en la cultura mexicana, sino en muchos otras expresiones, tan disímbolas como el metal, donde figuras como Dino Cazares, Zack de la Rocha, Chino Moreno, Robert Trujillo o Cedric Zabala, entre otros tantos, trasladan ciertos rasgos de su herencia cultural a su música (aun cuando muchos de ellos estén mas identificados con la cultura del norte del Rio Bravo), dando de esa manera lustre e identidad a sus diversos proyectos musicales. En el Punk, The Plugz y posteriormente, Tito y Tarántula, de Tito Larriva, han dejado su huella en la escena punk de los Angeles, tanto como los Voodoo Glown Skulls de la mano de los hermanos Casillas, han hecho lo propio en el ska-punk.
Pasando a este lado, la influencia de grupos americanos sobre la música que se hace en México se ha hecho sentir por medio de grupos como Straitjackets, que a través de su melódico surf rock y su divertida estética, se volvieron los padrinos de toda una generación que dio el banderazo en los noventas. Aun cuando el grupo haya surgido en Nashville, su música tiene todo el espíritu del género surgido en California, aderezando la parte visual con detalles de la cultura mexicana para crear su concepto (específicamente, la lucha libre). Dentro del hip hop, la influencia de un grupo como Cypress Hill y sus aires hispanos (venidos en parte de su líder B-Real, el cual tiene ascendencia México-cubana) hicieron que muchos grupos tomaran nota también a mediados de los noventa para que explotará el género dentro de nuestras tierras a través de la proyección de gente como Control Machete. Dos ejemplos pues, de una retroalimentación notable. Más recientemente, el cruce de culturas, se hace evidente en propuestas como la de Juan Cirerol, donde sus rasgos estilísticos igual abrevan de la música norteña, el country y cierta actitud punk.
Podríamos seguir citando casos de músicos que toman rasgos de uno u otro país para darle forma a sus propuestas, aportando a su vez, ideas frescas y honestas a través del reconocimiento de ciertas raíces culturales que asumen como propias. En ocasiones el resultado puede estar más enraizado culturalmente, pero en otras, puede ser solo un mero pretexto para enriquecer una propuesta más universal. El punto al que queremos llegar es la riqueza cultural que supone la mezcla de culturas, un punto al que hoy día, buena parte de ciudadanos estadounidenses (encabezados por Trump) ven más como una amenaza que como un aporte. Demostremos pues, que es más lo que nos deja.