¿En qué parte de la pared quieres que lo reviente?
¿En esa esquina o en aquella?
En la época de la secundaria lo que más tenía eran cassettes y algunos contadísimos CD’s. Aunque me guardaba lo que mis padres me daban para comer y me lo gastaba mas bien en música (para esos tiempos, las maquinitas ya habían pasado a segundo término), era todavía poca la cantidad que compraba. En esos tiempos escuchaba sobre todo mucho rock en español y apenas hacía pequeñas incursiones al thrash metal y la música en ingles más en boga, como Nirvana o Pearl Jam). Entre esos cassettes con los que contaba, me había hecho de uno que en particular le tenía mucho aprecio, el Re de Café Tacuba. Y eran muchas las razones. Lo primero, obviamente era la música, pero en un segundo término y al cual le daba la misma importancia era al arte del mismo. El ya conocido cuadernillo del caracol contaba con un empaque de cartón, que al desplegarlo, nos presentaba los nombres de las canciones y algunos grabados. Se conjuntaban pues, por primera vez, tres de las cosas que más disfruto hoy día: la música, la ilustración y el diseño.
También en esa época ya había hecho migas con uno de los amigos que más aprecio (casi podría decir que mi hermano). Él y yo, entre mucho de la amistad que nos unía, era que nos prestábamos (o robábamos) muchos cassettes. Que si El Nervio del Volcán, que si el Blood Sugar Sex Magic. Por aquella época, él empezaba a escuchar cosas más pesadas y yo seguía siendo más o menos fiel al rock en español. Un día nos intercambiamos el cassette de Re y el Cross Purposes de Black Sabbath, al cual le tenía mucha curiosidad. A la semana nos lo devolveríamos e intercambiaríamos parecer de los mismos. La verdad, terminé no escuchándolo, no recuerdo porque razón. Pero lo que si sucedió fue que en un descuido, el cassette se cayó y se rompió de una esquina. Llegaría la fecha destinada para la devolución, la cual sería en su casa, y me esperé hasta el último momento para decirle. Obviamente, esperaba algunos escenarios; el más benévolo: que no tuviera problema con ese detalle y me regresara mi cassette. El más obvio: que se quedará con el hasta que le comprara el suyo. Y una tercer alternativa: que cada quien se quedara con el cassette del otro. En dado caso, yo había pensado ya, comprarme el CD de Café Tacuba. Un novedoso CD (para la época) con el mismo bonito arte, pero más grande y con más ilustraciones y detalles. Yo, egoístamente, ya traía en mente, no reponerle su cassette y que mejor se quedará con el mío. Al proponérselo, me puso en la mesa una cuarta alternativa (creo que nunca dimensioné lo atrabancado que siempre fue mi amigo): “está bien, quédate con el de Sabbath con la esquina rota, y yo con el tuyo, pero la neta, no lo quiero, así que le voy a partir la madre, no me gustó, eso no es rock”. Algo sorprendido, no alcancé a asimilar lo dicho y solo me dijo unas palabras que hasta la fecha siguen retumbando en mi cabeza:
-¿En qué parte de la pared quieres que lo reviente?
¿En esa esquina o en aquella?
-¿Cómo?
-Que sí, verga. En donde lo quieres, en esta o en aquella.
Apenas le había acabado de señalar el lugar, mi amigo lanzó el cassette con todas sus fuerzas, mientras yo quedaba como mero espectador sorprendido; el cassette rebotó y contra lo que se podría pensar, solo se cuarteo un poco, por lo que lo volvería a tomar y lanzar para que ahora si, en una segunda oportunidad, se despedazara y la cinta cayera casi intacta sobre un sofá. Yo seguía ciertamente sorprendido, pero también estaba un tanto resignado a ello, pensando en que lo tendría en disco compacto, en una versión aún más atractiva.
-Tengo una idea, güey. La verdad sé que te gustan mucho estos babosos, así que vamos a desmadrarlo pero le vamos a rendir honores. Hay que quemarlo en el patio, volverlo cenizas y enterrarlo y darle su minuto de silencio, como se debe.
-Me late.
-Pero antes… ¿no quieres la cajita? la verdad que si está bien perra.
-No, quémala también.
-¿Seguro?
-Sí.
Acto seguido, nos dispusimos a hacer ese solemne acto simbólico. Todos los pedazos del citado cassette los apilamos, le prendimos fuego, y mientras veíamos como se consumía, le preguntaba porque no le había gustado; me daba sus razones y yo las mías de porque me parecía tan bueno. Fue una de esas emotivas charlas que hay cuando se habla de toda la mística que rodea al finado. Para ese momento, ya me sentía un poco triste. Al consumirse una buena parte de la cinta, abrimos un hueco en la tierra y lo enterramos, para dedicarle su minuto de silencio.
Después de ello, tuvimos una habitual charla de pubertos, comimos algo de comida chatarra y me fui hacia mi casa. En el trayecto seguía pensando que fue una tontería que no se lo quedara. Pero al fin y al cabo, yo le propuse que nos quedáramos con uno y otro cassette y si no le gustaba, estaba en su derecho de hacer lo que quisiera con él.
Al segundo o tercer día del hecho, fui a comprar el CD en la tienda a la que solía ir, pero no lo tenían, solo había una versión sin ese empaque de cartón tan atractivo. Ya lo tendrán en otra tienda, pensé. Y así, recorrí todas las tiendas de mi pequeña ciudad y en todas era lo mismo: estaba el disco, pero era una nueva versión más común. Ni siquiera el cassette estaba. Pasó algo que ni en mis peores pesadillas me pude imaginar: Me deshice prácticamente de un objeto entrañable y único, para no encontrarlo jamás. Me había quedado pues, como el perro de las dos tortas.
El tiempo pasó. Me tuve que conformar con la versión sencilla del disco. Me fui abriendo a otros sonidos y colores en la música, pero el Re sigue siendo uno de mis discos predilectos. Esa primera edición, tanto en cassette como en CD del Re, son hoy objetos de culto y de colección. En el mercado los he visto cotizados, ya usados, en $2,600 y $5,500 pesos uno y otro formato. Y entre más tiempo pase, seguramente su valor irá aumentando. Por ahí leí que es el primer disco-objeto del rock mexicano, de ahí su valor e importancia. Mi amigo ya no escucha rock, sino música norteña y salsa.
Sigue siendo uno de mis mejores amigos.