Principio y convicción

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Cuando era pequeño me gustaba entrar en la biblioteca de mi tío Roberto y me maravillaba con la cantidad de libros que había en ella, desde manuales de medicina medieval hasta antologías de cuentos de Papini. Era abrumador sentirme rodeado por tantas palabras y tantas ideas; entonces, me quedaba allí sentado en un cómodo sillón y no hacía nada, sólo observaba los estantes y me quedaba pensando en la cantidad de maravillas que habría en ellos. Me era imposible decidir.

Últimamente me sucede lo mismo con la música. El internet es una versión exagerada de la biblioteca de mi tío Roberto. Algunos dicen que lo contiene todo y otros dicen que eso es imposible, pero, sea como sea, contiene demasiado y entonces comienzo a buscar música y me abrumo y es que, cuando las posibilidades son ilimitadas, decidir se vuelve más complicado; entonces prefiero el silencio: escuchar la lluvia, los autos que pasan a lo lejos sobre la avenida o los pasos furtivos de mi gato que intenta sorprenderme escondido debajo de la mesa.

Cuando se trata de música prefiero la sorpresa a la decisión, que surja algún sonido que me haga salir de mi zona de letargo y me provoque algo. Basado en estas conjeturas y aburrido de que los días se parezcan entre sí, he diseñado un sistema en el cual, sólo me está permitido escuchar la música que se me presente a lo largo del día, como una especie de ruleta rusa. La emoción me divierte, no saber si el día de hoy encontraré alguna canción valiosa o si de plano será un día silencioso.

Desde luego este método es arriesgado porque uno nunca sabe qué música es la que habrá de llegar ni en qué momento. Así que, estoy siempre alerta ante cualquier indicio de sonido a mi alrededor y esto mantiene la ilusión despierta de que la música llegará y es que, siempre llega, no importa el lugar ni la circunstancia la música llega a mí aunque no la busque. Es una suerte de destino que se manifiesta sin necesidad de hacer nada. En mi vida, la música es inevitable.

No quisiera afirmar que este sistema es perfecto porque odiaría tener que tragarme mis palabras en algún momento, pero de lo que sí estoy seguro es que, es más emocionante que el método tradicional que me llevaría a escuchar la música que ya conozco y eso sería ponerle límites a algo que no los tiene por su naturaleza primigenia.

He escuchado a muchos quejarse de las listas de popularidad de la música y debatir acerca de géneros y técnicas. Los que prefieren la música que está ahí como un disfraz al fondo de la realidad y aquellos que escuchan cada pieza con devoción religiosa. Los que odian tal o cual género y los que dicen amarlos a todos por igual, pensando que alcanzan un grado de justicia irrefutable.

Creo fervientemente que, todos tienen la razón y es que, cuando llegamos al tema del arte la búsqueda de igualdad se disuelve y ante la disolución de la igualdad, adquiere forma el individuo; porque, bien lo decía el argentino que tribulaba ante los senderos que se bifurcan: «Todos es una abstracción y cada uno es verdadero.” y en la experiencia musical uno está más cerca de la verdad que de la justicia.

En estos tiempos buscamos que el arte nos diga lo que está bien y lo que está mal, que nos dirija y que no nos lastime, pero el arte no es así, el arte sobrepasa la disciplina y va más allá de cualquier nivel moral. Un sonido, un acorde, una nota o un ritmo carecen enteramente de moral en esencia. Aunque existan algunos que te puedan llegar a decir lo contrario. Por mi parte prefiero dejar que el arte sea lo que tenga que ser y no reprimirlo en ningún sentido. Soy de los que todavía piensan que uno de los grandes errores de la iglesia fue cubrir con mantas blancas a los personajes de Miguel Ángel en la sixtina y es por eso que dejo que la música se presente sin barreras conceptuales, desde luego uno puede volver a la misma pieza si está ha tenido algún impacto o decidir si en aquello que llegó no había nada de valor que mereciera la pena revisitar. Con el arte, creo que el único nivel de justicia es el azar además claro, de que no me gustaría tomar una decisión que se asemeje a una decisión papal, por principio más que por convicción.