En el mundo simulado que nos ha tocado vivir se vuelve necesario establecer criterios personales para decantar la verdad y confrontarla con la realidad. La manipulación es tan descarada que es imposible dejar pasar cada una de las artimañas que se nos presentan sin sentir un poco de rabia y una pulsión natural por derrocar los discursos falsos y desenmascarar los rostros de lágrimas artificiales y condolencias de teleprompter. La autenticidad de los discursos se va disolviendo ante su sobreexposición y entonces pareciera que estamos a la deriva y que no se puede confiar en nadie.
El miedo invade las casas y cada una de las pantallas que se acumulan por millones y entonces, ya no buscamos saber si tal o cual noticia es una verdad o una fabricación diseñada en una moderna oficina de marketing, de esas que tienen alberca de pelotas y servicio de cappuccino las 24 horas, ya no buscamos desenredar el tramado de las verdades a medias, lo único que nos gustaría es ignorarlo todo y enclaustrarnos en nuestro confortable mundo interior hasta que termine, como quien duerme para no sentir hambre.
Me da la impresión de que hemos sido anestesiados, que ya no reaccionamos ante nada, que las tragedias duran lo que la masa aguanta o bien, lo que dura el anuncio programado para su viralización, en un mismo día uno puede ver la noticia de un asesinato, seguida de una petición de justicia por una mujer más desaparecida y después encontrar un par de gatitos acurrucados con una canción de Björk de fondo para que todo lo anterior parezca parte de un sueño que se nos ha ido de las manos.
Puedo percibir el miedo irracional, no estamos seguros de qué cosa es lo que debemos temer, ni durante cuánto tiempo. Es como si cada una de nuestras emociones estuviera siendo manipulada para crear efectos colectivos que nos lleven a ser sucursales de ideas que no nos pertenecen, pero estaríamos dispuestos a defender por razones que no nos quedan claras. No estamos lejos de los universos distópicos donde cualquier idea fuera de la colección de las ideas preestablecidas es considerada un acto de disidencia.
Todo mundo tiene que estar afiliado a alguna causa, pues de otro modo pareciera que aquel que no defiende alguna idea ajena carece de empatía y de inteligencia. Los linchamientos son cosa de todos los días y ya no somos el reflejo de nuestras experiencias vividas, somos, o debemos ser, el modelo de las virtudes que estén de moda cada semana si no queremos dejar de pertenecer a lo que sea que se supone que estamos perteneciendo.
El artista en un mundo así, se convierte en una marioneta de los designios de la masa, un esclavo de ideas ajenas y entonces su arte se convierte en propaganda y según lo veo yo, pierde todo su valor, que está contenido en la honestidad de su concepción. Ahora los artistas se desvelan buscando las becas del gobierno y se inventan cualquier pretexto para justificar la existencia de su obra, con tal de verse favorecidos por el gran sistema que tanto dicen repudiar. Se convierten en parte de la farsa y el mundo se llena de obras que no existen por la necesidad íntima del artista de ver materializada una idea sino por la necesidad irremediable de obtener un cheque.
Sin embargo, entre todo este universo de basura aprobada por burócratas acartonados, siguen existiendo aquellos que aun se levantan por la mañana y cantan porque sí, que componen una canción aún sabiendo que nadie ha pagado por ella, que se pasan horas sentados con la guitarra entre las manos buscando un acorde que los sorprenda y es en estos seres que podemos adivinar la pulsión devastadora de la verdad que se abre paso por entre la maraña de mentiras como lava ardiendo. A todos esos artistas que componen la pieza aún después de no haber sido seleccionados para la beca mi respeto más sincero.
Me puse a pensar en esto ahora que veo que varios creadores de la ciudad comienzan a exponer los frutos del encierro y son estas obras las que habrán de contar la historia de nuestros tiempos, las obras que se hicieron sin miedo, pero también sin esperanza, las obras que sucedieron porque no podían ser contenidas, ni por la carencia ni por la avaricia. No puedo esperar a escuchar, ver, leer y contemplar todo lo que se está gestando en este momento, en un cuarto silencioso de la ciudad, a la sombra de la gran farsa que se empeña en abarcarlo todo.