“Es peligroso tener razón
cuando el gobierno está equivocado.”
Voltaire
La lucha por la supervivencia en tiempos inciertos se vuelve siempre encarnizada, vamos todos buscando las mismas cosas en los mismos lugares, sin darnos cuenta que existen más cosas y más lugares, pero al final el caos siempre gana y vamos todos en tropel a desgastar los mismos recursos y entonces, inevitablemente se agotan.
En fechas recientes, un fenómeno peculiar se ha apoderado de la comunidad artística de la ciudad y ha comenzado la guerra de las becas. Con la actividad detenida y la imposibilidad de producir conciertos o eventos de cualquier tipo, los creadores han tenido que volcar sus esfuerzos en la obtención de algún apoyo, del tipo que sea; poco importa la calidad de la propuesta, se trata de una batalla por la supervivencia y todos fantaseamos con la idea de salir bien librados de esta absurda prohibición.
Mientras las gente se lamenta por la cancelación de tal o cual concierto y piden diligentemente su reembolso, la historia para músicos y promotores no termina tan rápido y la comunidad debe seguir trabajando para lograr mantenerse a flote sin perder la ilusión de crear algo que resulte extraordinario o mínimamente algo que resulte redituable. Hemos intentado de todo: live streamings, sesiones grabadas, lanzamientos de video clips, una nueva pieza de merch y al final, después de desgastantes campañas que ya parecen aburrir al público de la música en vivo, todo sigue igual.
Me paseo por las calles de la ciudad y veo todos los negocios abiertos. Bares, restaurantes, zapaterías, supermercados, dependencias gubernamentales, cines, mercados… en fin, todo funcionando en una versión de realidad ligeramente alterada. Y sin embargo, las salas de conciertos permanecen cerradas sin remedio ni razón aparente. Me pregunto qué diferencia hay entre una congregación de personas que van a un concierto y una congregación de personas que abarrotan uno de los muchos bares de la ciudad.
La diferencia, entiendo al cabo de unos minutos de permanecer afuera de un lugar cerca de Chapultepec, está en lo redituable de cada uno de los rubros. Dicen, y esto es un rumor a voces entre los propietarios de los negocios de la ciudad, que existe una cuota única de diez mil pesos diarios que los centros de entretenimiento pagan al estirado brazo del gobierno para continuar operando y aquellos que no pagan la cuota simplemente no tienen permiso de abrir.
Dicen que todos los rumores tienen algo de verdad, sin embargo no me atrevería a asegurar la veracidad de esta leyenda negra, aunque tampoco me cuesta mucho trabajo creer que eso está sucediendo y que todos prefieren hacerse de la vista gorda y pagar la cuota de piso que nada tiene que ver con la salud del hombre común que camina por las calles con toda la información al alcance de su mano pero una nula capacidad para decantarla.
Ante esta situación la comunidad de creadores, productores y equipos técnicos han tenido que recurrir al otro lado de la moneda. Las tan solicitadas becas, o apoyos del gobierno a fondo perdido. Todo mundo está detrás del hueso maldito y no es de extrañarse, a falta de oportunidades las opciones se vuelven limitadas y no queda más que intentar ser parte del algoritmo que se ve beneficiado, aunque las ayudas duren menos que «Her Majesty» de Paul Mccartney.
Escucho a todos preparando sus proyectos e intentando ser cada día más creativos. El efecto de la sana competencia que puede inspirar la búsqueda de algo más allá de la zona de confort y entonces pienso que quizás sea la forma adecuada de subsistir pero luego me pongo a pensar en ese brazo estirado del gobierno que ahora nos tiene en sus manos, con absoluta potestad sobre el destino de una parte importante de nuestra profesión que es, tal cual, el show en vivo.
Una metrópoli es un conjunto gigantesco de comunidades interconectadas entre sí, y pienso que cada comunidad debería poder demostrar que es capaz de cuidar de sí misma sin necesidad del brazo protector y constrictor del gobierno. Al menos la oportunidad debería existir para probar que uno no necesita de un gendarme ni de un policía respirándole en la nuca, para actuar con el mínimo aceptable de sentido común.
Pienso que la comunidad creativa de esta ciudad está pecando de ingenuidad y que hemos llegado a un nivel de subyugación que nos impide ver que nos tienen justo donde no les estorbamos, donde nos han convencido que no hay mejor versión del mundo que la que ellos han propuesto, Voltaire se reiría de nosotros como se burló de Leibniz por pensar que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, como si nada fuera susceptible de cambiar, y es que el cambio, es en realidad, la condición natural de todas las cosas que son.