Hace algunos años solía compartir mi tiempo con una buena amiga, la llamaremos D para proteger su integridad. Éramos muy buenos amigos y nos gustaba ir hasta un parque cerca de mi casa para tocar la guitarra y cantar, su voz era privilegiada y siempre estaba dispuesta a ofrecer una sonrisa en momentos aciagos. Por las noches, solíamos compartir música con la esperanza de sorprender al otro con nuestros hallazgos a lo largo del internet. Es una costumbre que, hasta el día de hoy conservo con algunas otras amistades.
Un día en particular recuerdo haberle enviado un emotivo tema de una banda japonesa llamada Happy end. En aquel tiempo yo estaba obsesionado con aquel descubrimiento y me pareció correcto compartirlo. Recuerdo perfectamente aquella noche de julio, una tormenta azotaba la ciudad y no había luz y nos aferramos a los últimos destellos de un rudimentario 3g que nos mantenía conectados. Me dijo que estaba sentada en su cama y que había encendido una vela en la mesita de luz y me pidió que le mandara música.
Sin pensarlo mucho le mandé el tema que había acompañado aquellas melancólicas noches de tormenta, “Kaze wo Atsumete”, un pieza delicada que me recordaba por alguna razón, que hasta la fecha no logro comprender, al sonido de la madera crujiendo en una cabaña en mitad del bosque. D recibió mi mensaje cerca de las 2 de la mañana y no volvió a contestar. Por mi parte detesto insistir cuando alguien no contesta así que me fui a dormir.
A la mañana siguiente me levanté emocionado esperando el momento en que pudiera hablar con D para comentar la pieza, estaba convencido que era justo el mood que estaba buscando y que estaría cuando menos, agradecida conmigo por haber compartido tan delicado hallazgo, sin embargo, cuando le pregunté por la mañana qué pensaba de la canción me contestó que en realidad no había llamado mucho su atención, sorprendido y agraviado quise saber más al respecto, seguro estaba jugando y en cualquier momento me diría que había sido perfecta sin embargo, su tono se tornaba más serio entre más preguntas le hacía , hasta que, finalmente dijo en un tono seco:
La verdad no me gusta cuando no puedo entender la letra de una canción, me molesta, es como si no tuviera la menor idea de qué trata la canción y eso me aburre. Siento que no están diciendo nada.
Hasta ese momento yo no había reparado en el hecho de que, efectivamente tampoco comprendía nada de lo que decían, sin embargo no me molestaba en absoluto, después del incidente comencé a hacer preguntas entre mis conocidos y descubrí que, D, no era un caso único y especial, de hecho eran muchas las personas que me decían que no tenía sentido escuchar una canción si no comprendes lo que estaban diciendo.
Desilusionado me puse a pensar en el alcance del lenguaje musical y de cada uno de sus elementos como símbolos impenetrables que estaban ahí para transmitir sensaciones más allá de los relatos concretos de las letras. Para mi la música era eso, nunca busqué un poema en concreto en una canción y mucho menos me pareció incómodo ignorar los temas concretos que se abordaban, después de todo pienso en bandas como Sigur Ros que, más allá de lograr una conexión concreta con un idioma, adapta las palabras al lenguaje musical donde cada una de ellas bien podría ser una textura o un acento, incluso una pausa o un rotundo silencio.
Creo que sucede en tiempos modernos, nuestra capacidad de abstracción ha mermado. Es por eso que cuesta trabajo comunicarse y el lenguaje se vuelve cada vez más rebuscado y pesado a la par de haberse fusionado con el lenguaje del internet que posee una semiótica única, pues a pesar de estar basado en símbolos se trata de modelos concretos que no están abiertos a la subjetividad ni la interpretación.
Al poco tiempo de este evento dejé de hablar con D, nos fuimos separando cada día más y al día de hoy la distancia que existe entre nosotros es más abismal que la distancia que existe entre las raíces del español y las raíces del japonés. El lenguaje de la música está diseñado para no tener barreras, excepto la barrera del sonido, que incluye, las vibraciones provocadas por el mismo. Una mente cerrada es como la ausencia del oxígeno en mitad del espacio.