Para alguien de 11 años, y que tenía poco de meterse al rock, el escuchar de repente una canción como “Pachuco” -el sencillo con el que daban a conocer el álbum- con tal energía y sobre todo, con un instrumento -el sax- que no había escuchado hasta el momento en el rock, y desde esa intro ranchera de película de Tin Tan -antes de que el rock mexicano lo tomara de estandarte-. ¿Quiénes eran esos locos? ¿Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio? ¿Eran dos grupos en uno? pensé en cierto momento.
Meses antes de que saliera el álbum, había ido de visita con unos primos al entonces DF, viaje que para alguien de provincia y tan joven, resultaba revelador, aunque no alcanzara a entender muchas cosas. Pero si me di cuenta de los enormes contrastes que pudiera haber dentro de una sociedad; no sólo el eclipse solar de sol me había impresionado en ese viaje. Esto viene a cuento, por el segundo tema del disco, la fabulosa “Un Poco de Sangre” que siempre me llamó la atención por esa guitarra que me recordaba más a una jarana como las de la zona de donde soy, de la Cuenca del Papaloapan.
Pero lo que realmente me impactó fue la dramática historia que contaba. En ese tiempo en mi pueblo no había limpiaparabrisas, pero yo los había conocido precisamente por ese viaje al DF, tanto a ellos y a distintos personajes que solían ser parte de cada esquina de la ciudad, como al contraste social que remarcaba el mismo tema. Eso a alguien de mi edad, lo impactó. Era una realidad que de golpe, me explotaba en la cara, primero, de manera directa, y después, en forma de una canción.
El tercer tema, “Toño” bajaba el dramatismo de la anterior canción con ligereza, y de que manera, una canción que por obvias razones, le tomé mucho cariño -me llamo Antonio-, de nuevo el sax de Sax brillaba dando otro sentir y otra ambientación a un tema. Hasta la fecha hay quien exclama cuando me ve llegar: ¡Ahí viene Toño! a mi pequeño hijo, incluso, le divierte mucho escuchar un tema donde me nombran.
“Solín” siempre me pareció una rareza, esa ambientación de Medio Oriente con la que inicia la canción era algo que no sonaba tampoco en esas épocas en México, y esa potencia que mantenía la canción con un Roco, que sin ser el mejor vocalista, mantenía una épica dentro del contexto del tema, como si de un kamikaze se tratara, a punto de lanzarse envuelto en llamas. Por otro lado, el personaje del que hablaba el tema, y de la historieta de donde salía tampoco me era ajena, mi abuelo tenía una peluquería y nunca faltó Kalimán entre las revistas que quien llegara podía hojear. Sus hojas sepias eran parte de mi vida, y era bastante curioso que una historia saltara de las páginas a las notas musicales.
“Kumbala” por otro lado, era un tema que contrastaba hasta ese momento con todo el álbum. Sin lugar a dudas, es un tema que transportaba. Para ese momento mi referente eran las películas que se veían en casa de mi abuela de permanencia voluntaria, y en mi casa, en los discos de boleros de mi mamá. Posiblemente este tema sea la reinvención definitiva del género; es tan buena, que como bien dijo Chavo de Austin TV, en charla con Piro Pendas en su podcast, que es un tema que prácticamente, lo hueles. Como dato curioso, la única vez que intenté aprender algo de música, la única canción que llegué a tocar más o menos bien por cortesía de mi primo Micky, fue “Kumbala”.
“Un Gran Circo” desde que lo escuché me pareció como la segunda parte de “Un poco de Sangre”, ese retrato de cada esquina de una gran ciudad y su desfile de personajes y el compararlo con un circo -esos que se ponían en terrenos baldíos o centros deportivos, y que visitaba cuando era más pequeño- me dejó helado, por no hablar de la canción en sí, que guarda una épica y un dramatismo que hasta la fecha me parece insuperable dentro del contexto de la música rock en México. “Reir, reír, reír…”
Pero la Maldita sabía como aligerar de repente ese dramatismo y dureza de algunas canciones con otras. “Pata de Perro” era, para alguien de un lugar pequeño y con el sueño de conocer otros sitios, e incluso, irse a vivir a otras ciudades, tan simpático, como empático. Hoy día, que vivo en otro lugar tan lejano a mi ciudad natal y que he podido vivir y conocer otros lugares, a la distancia, la canción ha adquirido otro matiz para mí, tan nostálgico como conmovedor. Es lo que tienen ciertas canciones, se transforman contigo.
Los siguientes temas del disco, si bien no tuvieron un impacto tan grande para mí, si mantuvieron un interés cuando menos en lo musical. Claro, una canción como “Crudelia” no alcanzaba a entenderla un chavo de 11 años que no había siquiera tocado una cerveza, aunque después me causaría cierta gracia; más conexión tenía con “Mare” por ser parte de la llamada provincia. Incluso a la distancia y por experiencias personales, se vuelve entrañable adquiriendo también otros matices, por no hablar que la inclusión de las bombas yucatecas, lo hacia algo bastante original.
El cierre del disco fue extraño para mi -¿que tenía que ver Juan Gabriel con el rock? me preguntaba en ese momento- pero tampoco me era ajeno, el compositor era alguien que solía escuchar mi madre en casa y había temas que me gustaban, y “Querida” era una de ellas. Y el resultado fue tremendo. Una adaptación potente, divertida y que nunca se siente forzada -como muchos covers que luego son parte de algunos tributos.
El Circo fue un disco que escuché muchísimo, solo y acompañados de distintos amigos -Mis amigos Javier o Abi-, y que hasta los que no eran tan afines, les causaba simpatía -mi amigo Edgar, quien en esas épocas era heavy de hueso colorado y que denostaba muchas cosas del rock en México -como buen adolescente-, siempre le gustó la fuerza del grupo y la imagen de Sax y el hecho de que llegara a tocar con dos saxofones, -una de las estampas mas icónicas del rock en México-. El Circo era la revista de la Nota Roja, era Kaliman, eran las cintas de la época de oro, los usos y costumbres, y la calle con todos sus matices. Eso era y sigue siendo para mí, desde una perspectiva muy personal, este gran disco.