Yo creo que eres un pelotudo… pero bien

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Argentina nos ha dado una pléyade de artistas populares a través de las corrientes y las generaciones, Gardel, Marcedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, los rockeros nacionales. En el Olimpo a algunos de ellos se conocen por su apellido, Spinetta, Calamaro, Baglietto; a otros por su apodo, El Indio, Pappo; pero hay uno que es el tío, el hermano, el amigo que estuvo ahí en todas y cada uno de los momentos, los buenos, los malos y los peores, uno que a pesar de vivir flotando a quince centímetros del piso decidió familiarizarse con los mortales, a ese le dicen Charly.

Más allá del aspecto puramente técnico de su talento hay dos factores que a mi consideración son claves para explicar esa conexión casi predefinida con la fibra más primaria del inconsciente colectivo. Primero, la voluntad explícita y casi patológica de no dejar emoción humana sin tocar a través de su obra. De la Pureza de “Quizás, Porqué” a la malicia de “Mr. Jones”. De la frivolidad de “No Me Dejan Salir” al peso agobiante de “Los Dinosaurios”. Del entendimiento de la propia mortalidad de “Cuando Ya Me Empiece a Quedar Solo” al sentimiento de eternidad de “Eiti-Leda”. Mientras algunos construían carreras ligeras hablando de subjetivos una y otra vez o a propósito evitando temáticas que podrían restar en comodidad o en seguidores, Charly los trataba como parte de las cartas que reparte la vida antes de barajar de nuevo. En segundo lugar la seriedad de enfrentarse a cada tema y en cada ocasión desde una posición de naturalidad y compromiso artístico supremo. Si el momento era escribir una canción que lo podía destinar a la cárcel o tirarse de un noveno piso, si tenía que robar un micrófono a un reportero de escándalos o burlarse en su cara del más poderoso representante de los medios masivos del país lo hacía con la misma voluntad que si tocaba tocar una canción a cambio de un sándwich y una Coca Cola.

Como ejemplo supremo de este último punto está su aparición en el programa Dia D el 15 de Junio del 2000. Conducido por Jorge Lanata dicha emisión se consideraba la más importante ventana de periodismo «serio» en Argentina siendo una representación tradicional de la industria y siendo constantemente premiada por la misma. Era común que se tocaran temas políticos, económicos y sociales desde un prisma sospechosamente reaccionario (en esa época no era tan claro como ahora). Lanata era el adalid de la verdad «sin parcialidad», hasta las últimas consecuencias, independiente. Claro, hasta que terminó cobrando de quienes antes criticaba. Acompáñenme a ver lo que ya a estas alturas es un documento histórico:

Versión máximo nivel de poder:

Que belleza, decir al moldeador de opiniones y juicios, y jugando de visitante, que lo único que lo diferencia de los demás es que sale en la tele y rematar con «y nunca me traicioné», un epitafio al buen nombre del Tino Burgos Argentino o una profecía si se quiere ser menos violento.

Con el paso de los años se le ha echado en cara a Charly la inconsistencia de la parte final de su obra y de su propia persona. Dejaré que el Flaco Spinetta responda:

Yo pienso que si alguien toca el cielo y vos le exigís que lo haga mil veces, alguna vez cuando va a volar por ahí lo agarra un rayo. Entonces nosotros no podemos pretender que él sea toda la vida el mago de siempre. Ni yo ni nadie lo logra. ¿Por qué se lo exigimos a él? ¿Qué es lo que falta que nos dé? ¿Qué mierda queremos de él?

Amén.