Convivir con titanes
Existe una marcada tendencia en el ser humano por romantizar épocas pasadas, esto se puede explicar debido a que siendo el pasado mucho más largo que el presente, encontramos en él una gran cantidad de cosas importantes y atractivas, esas que logran prevalecer y que suelen representarse a través de los personajes que las llevaron a cabo, convertidos ya en figuras mitológicas.
¿No hubiera sido genial vivir en tiempos de William Shakespeare, de Homero, de Hannah Arendt o de Baruch Spinoza? Me imagino que sí, pero también tengo la sospecha de que sus contemporáneos, de la misma manera, se lamentaban de no haber vivido épocas anteriores, épocas “mejores”. Este es un fenómeno que Woody Allen aborda en su película Midnight in Paris y que da pie a preguntarnos ¿quién es el gigante de nuestra época? Para mí está claro: es Bob Dylan.
Lo primero que viene a la mente para acreditar esto es el talento, mismo que ha sido tratado de manera tan abundante a través del tiempo que sólo lo condensaré en el comentario de su colega Leonard Cohen respecto al mérito de su premio Nobel de literatura: “El premio Nobel a Dylan es como ponerle una medalla al Everest, por ser la montaña más alta». Ante tal obviedad sería de esperarse un reconocimiento masivo respecto la importancia de Dylan por parte de sus contemporáneos, sin embargo, hay motivos para creer que serán las generaciones posteriores las que capten la verdadera trascendencia de Bob Dylan y sus ramificaciones a nivel cultural a partir del siglo XX.
Sí, Dylan ha sido reconocido en vida de maneras verdaderamente espectaculares (cuenta en su haber con dicho Nobel, un Oscar, un Globo de Oro, un Polar, un Pulitzer, la Legión de Honor, un Príncipe de Asturias y múltiples Grammys, entre muchos otros galardones), sin embargo, estos vienen principalmente de medios especializados y entendidos, mientras que, en contraste, resulta increíble que tras 60 años de carrera no tenga un solo hit #1. Aunque tras pensarlo un poco, no resulta tan increíble.
Algo que ha caracterizado a Dylan durante toda su carrera es la total entrega a su arte. No al éxito ni al aplauso fácil, a su arte… a su obra. De hecho, llegó a ejecutar maniobras kamikazes que rayaron en el auto sabotaje, sin embargo, su mirada iba más allá del corto plazo que suele dominar a los miembros de la industria. Bob cambió la historia de la música popular en un periodo de cuatro años (1963 – 1966) con seis discos bestiales tras los que pudo haber caído como muchos otros (y por mucho menos) en la autocomplacencia, pero él apuntaba más allá, la influencia de su obra no estaba destinada ni pensada para ser la número 1 de la semana, sino para fundirse en la base cultural común y la memoria social de la humanidad.
Esto no se obtiene con espectáculos llenos de pulseras de colores, baterías giratorias, pirotecnia, mimetización con aquello que es tendencia, alfombras rojas o estando presente en los algoritmos que dictan la moda. Para lograrlo es necesario mantener un dedo en el pulso del mundo y tener la capacidad de interpretarlo, intuir lo que está por llegar y tener el aplomo de actuar a contracorriente, saber renunciar al título de ídolo en pos de la libertad creativa, continuar en la búsqueda personal a pesar de la crítica en épocas bajas, apelar con maestría tanto a la razón como a la emoción, mantener un seductor halo de misterio para que lo principal sea la obra, abstraerse de todo lo mundano para convertirse en una entidad que se alimenta, procesa, genera y vive de y para su disciplina, afilándola y ejecutándola de la mejor manera posible. Esto último, en el caso de Dylan, se traduce en una gira eterna en la que toca alrededor de 250 noches por año, y que suma ya más de 2,700 fechas en la que repasa una discografía conformada a día de hoy por 39 placas de estudio y diversos bootlegs. Entendimiento, sacrificio y maestría.
Los artistas con hits número 1 irán y vendrán para el beneplácito de la cambiante mayoría contemporánea, pero los grandes artistas, los que son recordados a través de los siglos podrían estar destinados al reconocimiento masivo póstumo, cuando la distancia del tiempo permite apreciar la profunda marca de su paso. Intentemos apreciarlos cuando tenemos la fortuna de coexistir con ellos, larga vida a Bob Dylan.
May God bless and keep him always… may he stay forever young.