Lifted no es un disco perfecto. Un álbum está conformado por cuatro pilares básicos, el talento, la ambición, el significado y la técnica. Los títulos que consideramos como perfectos tienen niveles altos en los cuatro casilleros y se imponen a la mayor parte de los análisis bien o mal intencionados. A través de la historia algunos artistas, perenemente o en coyunturas específicas, han sufrido en uno o dos de los conceptos lo que lejos de restar magnitud a la obra la han llevado a considerarse admirable (Kraftwerk, Eno), importante (The Replacements, Sex Pistols), entrañable (Daniel Johnston), etc. Lifted está en una categoría especial, entre esos discos (Aeroplane Over The Sea) donde el mensaje, el caudal de ingenio y el deseo superan de largo al control o la capacidad de autoedición y cada segundo coquetean con un destrozo incorregible, casi como una forma del arte paralela a la postadolescencia, llena de sueños febriles e ideales inalcanzables. Lifted no es un disco perfecto, ese llegaría tres años después, pero es uno de esos álbumes que cambian géneros, carreras y vidas.
Después de la catarsis incandescente de Fever & Mirrors, Oberst y cía, lejos de optar por el camino del ascetismo o la modestia redoblaron la apuesta en una obra de trece tracks salpicada de tintes barrocos, orquestas, arreglos de cuerda y vientos que unida a la innegable ascendencia de los arreglos cuasiamericana del Medio Oeste en el que nacieron forman una base estructural para la más anhelante obra del indie sentimental que se tenga hasta la fecha. Una especie de credo interno para una generación de artistas que de repente se encontraron a sí mismos libres para experimentar a gran escala la expresión del vacío y el sin sentido de una estructura de valores interiorizada en el boom de los noventas y dinamitada por el convulso paso del milenio. La tercer placa de Bright Eyes es, desde un punto de vista macro, un reactivo y un acelerante para todo un movimiento de artistas jóvenes que se encontraron liberados de formas previas, en particular la opinión de la inteligentsia crítica y las dudas de plasmar temáticas introspectivas de forma cruda y casi brutal. Indirectamente Come on Feel the Illinois, The Dust of Retreat, Picaresque, etc. pueden ser ligados a un punto histórico común, setenta y tres minutos de música del 2002.
El prólogo, “The Big Picture”, incluye marcas registradas de la banda como la duración, las grabaciones de audio insertadas en distintos puntos y una temática basada en la imposibilidad del conocimiento propio derivada de la paradoja razón/sentimiento que constantemente se ve afectada por su contraparte. Contrario a la opinión popular de la obra de Oberst, esta constante confusión está más cercana a un positivismo natural («and your only hope is that forgetting might make a door appear») que a la pesadumbre nihilista. Al final de los ocho minutos el sentimiento de la canción es el de retomar donde el disco pasado se quedó, pero con una actitud de optimismo irracional ante un futuro desconocido pero posible («So you can struggle in the water and be too stubborn to die or you could just let go and be lifted to the sky»).
“Method Acting” cambia el ritmo de la americana desnuda de la canción anterior a un tempo mayor y más urgente y la temática al mundo físico y palpable del día a día y la forma en que lo enfrentamos hasta que la repetición se convierte en un reconocimiento irracional del destino colectivo («So I’ve made peace with the fallen leaves I see their same fate in my own body»). “False Advertisining” es construida sobre los arreglos más ambiciosos de la carrera de la banda, un waltz borracho y a punto de estrellarse en el suelo que se mantiene en pie sujetado de la poesía de Oberst («In a house, by myself, I hear the ice start to melt and watch rooftops weep for the sunlight/And I know what must change/Fuck my face/Fuck my name/They are brief and false advertisements for a soul I don’t have») y el coro de acólitos de Saddle Creek. Los últimos momentos de la canción contienen abiertamente la tonalidad que diferencia Lifted de F&M, una rematada vena humanista en el sinsentido («Now my door stands open/I am inviting everyone in/We will drink/We will laugh until the morning comes/That is what we are going to do»).
“You Will. You? Will. You? Will. You? Will.” cierra la primera parte del disco con la canción, hasta el momento, más reminiscente al catálogo anterior de la banda. Una balada in crescendo que navega entre momentos sólidos y sublimes de sentimientos de inadecuación y desamor plenamente correspondido («Because if you don’t then this book’s all lies, If you don’t then my plans would all be ruined, If you don’t, I’ll start drinking like the way I drank before»). La segunda cara contiene los dos temas más conocidos del disco, dos lados de una moneda, “Lover I Don’t Have to Love” con su frío arreglo y misantropía escéptica («You write such pretty words/But life’s no storybook/Love’s an excuse to get hurt/And to hurt») y “Bowl Of Oranges”, un twee melódico y cálido que adorna algunas de las letras más cordiales de la obra de Oberst sobre los vaivenes de la condición humana («And we’ll keep working on the problem/We know we’ll never solve/Of love’s uneven remainders/Our lives are fractions of a whole»). La espina dorsal de Lifted y dos temas que hasta la fecha aparecerían en cualquier Best Of. A estas la sigue “Don’t Know When but a Day Is Gonna Come”, un tenebroso y casi gótico poema que gira en torno a la culpa que la religión planta en nosotros en la infancia y como la desazón puede llevarnos a un ciego seguimiento de mitos y símbolos o a una ruptura que nos dejaría más expuestos, pero menos idiotas («Is it true what I heard about the Son of God? Did he die for us? Did he die at all?/And if I sold my soul for a bag of gold, which one of us would be the foolish one?).
La segunda parte del álbum abre con “Nothing Gets Crossed Out”, un punto altísimo en el cancionero de la banda, un lo-fi salpicado por la voces de Jiha Lee y Maria Taylor donde la línea de ficción y canción biográfica se desvanece con referencias a The Ugly Organ de Cursive y la sensación de inercia que reinaba entre la caída de las torres y la inevitable guerra («Even working on the record seems pointless now/When the world ends, who’s gonna hear it?/But I try and take some comfort in written words, yeah Tim I heard your album and it’s better than good»). En “Make War”, particularmente con la a capella coral en el epílogo, los guiños a la americana más tradicional que dominarían grandes partes del Wide Awake aparecen de pleno jugando contra la titularidad del tema y refiriéndose a una batalla interna entre creer, dudar, huir, mantenerse, progresar o volver a quiénes éramos antes de que nuestra necesidad de arruinarnos nos llevara a una zanja («Well, yes you should, but please return, return/To the person that you were, and I will do the same/Because it’s too hard to belong to someone who is gone/My compass spins, but wilderness remains»). El siguiente track, “Waste of Paint”, es un monumento a la ruina; 210 segundos de poesía desbocada que dispara juicios, verdades y maldiciones al tiempo que relativiza la importancia de cada una de estas. Cuando se habla de Oberst como una especie de franquicia de Dylan ésta es la canción donde la línea imaginaria se ve más claramente, una máquina de versos inconscientes («And try to just keep moving on/With my broken heart and my absent god/And I have no faith but it’s all I want/To be loved/And believe/In my soul, in my soul»).
“From a Balance Beam” abre el lado D del disco, y funciona como un lazo que ata a las diez canciones anteriores, utilizando la trama y el imaginario que se presentó anteriormente desde un extremo dramático. El tema ha generado debate por los símbolos utilizados ya sean dolorosamente religiosos o más controvertidamente, como claras referencias a los cuerpos cayendo de las torres en el 9/11. La segunda parte de la canción definitivamente trata el suicidio como tema y la muerte como una forma de escapar, nada demasiado original en el fondo, pero si en la forma, alcanzando niveles de poesía rara vez vistos de este lado de Darnielle y Cave («And I will throw away this wrinkled map/And my chart of stars and compass, cracked/And I’ll climb that tree all wet with sap/To avoid the hungry beasts below/I’ll cut out my lover’s tongue and sing/Of a graveyard gray and a garden green/And then we won’t have worry no more/No, we won’t ever worry again/About how this song or story ends/About how this song and story will end»). “Laura Laurent”, la duodécima y penúltima pista es otro waltz imposible que funciona como preámbulo al gran final y como guiño de despedida, entre líneas nostálgicas que a la vez encierran un sentido de humor negro («But do you know we are in high demand, Laura, us people who suffer?/Because we don’t take to arguing and we are quick to surrender») y otras de cierta esperanza por la imposibilidad de que el futuro sea peor y si lo es, ya estamos aquí («Because it is the ones with the sorest throats, Laura, who have done the most singing/Everybody!/La La La La La La La La La Lah»).
“Let’s Not Shit Ourselves (To Love and to Be Loved)” cierra el disco y es un milagro. No se me ocurre otra canción que interiorice de forma tan completa y definitiva no sólo la idea de un proyecto, sino de un artista en su totalidad. Esta canción, con sus diez minutos, con su intro, con sus aullidos, pretensión, saliva, léxico es Bright Eyes. Conor, en orden cronológico ataca a: Conor Oberst, la sociedad, el capitalismo, la modernidad, la religión, el individualismo, el objetivismo, los críticos de arte, el sistema educativo, la política, los medios de comunicación, el entretenimiento popular, las corporaciones y finalmente y más importante, a Conor Oberst. Para terminar con algo de buena onda, poco convincente y poco convencida, pero buena onda (“How grateful I was then/To be part of the mystery/To love and to be loved/Let’s just hope that is enough”). Un jodido himno nacional.
Lifted or The Story Is in the Soil, Keep Your Ear to the Ground no es una obra perfecta, puede ser demasiado caótico, snob, un poco largo e incluso tiene un título obscenamente ambicioso que sería intolerable de no haber sido por el afortunado accidente de que lo porta un disco ridículamente brillante. Es un cabaret neurótico decorado con motifs de ángeles, pinturas Caravaggistas y una fila interminable de contradicciones entre arte y comercio; sexo y romance; posibilidades y caminos cerrados que suman y suman hasta consumirse a sí mismos.