A cincuenta años de Artaud
Se cumplen cincuenta años del lanzamiento de Artaud, tercer disco de Pescado Rabioso que constantemente es señalado como el mejor disco de rock argentino de toda la historia. Es cierto que esta etiqueta podría ponerse en duda, pues existen otras obras cumbre que pelearían el podio, pero al mismo tiempo es irrefutable. Artaud es quizá, el disco con mayor mística de la discografía de Luis Alberto Spinetta, y al día de hoy, medio siglo después, sigue despertando devoción en viejos y nuevos escuchas.
Recuerdo aproximarme al disco por primera vez a los dieciséis años. Mis intereses en aquel entonces giraban en torno a la poesía y el blues, dos elementos que se encontraban en este disco, pero que se me presentaban de una manera muy diferente a lo que estaba acostumbrado. De un lado, letras vanguardistas como “Por” y, de otro lado, melodías de complejidad desnuda como “Cantata De Puentes Amarillos” y justo en medio de la balanza “Cementerio Club” con su solo de guitarra inmortal. No podría medir este disco en calidad lírica ni musical exactamente, más bien en una calidad espiritual, por grandilocuente que suene. Este es la clase de disco que, si te toca, te trastoca, y tus sensaciones respecto al mundo cambian para siempre. Artaud se hace uno contigo; yo llevo este disco dentro de mí desde entonces.
El nombre del álbum rinde homenaje al poeta francés Antonin Artaud, de quien el flaco dice haberse influenciado en forma inversa, es decir, si Artaud [el escritor] era un poeta maldito, Artaud [el álbum] es un disco bendito. Quizá por eso, el arte original del interior del disco simulaba una receta médica, un símbolo de la cura para la enfermedad oscura del poeta.
Si uno está familiarizado con la discografía de Pescado Rabioso, resulta evidente que el sonido es distinto, tal como si se tratase de otra banda. Y bueno, es porque así es… Artaud es un capricho de Spinetta. La banda, técnicamente se había separado un año atrás, pero Luis tuvo el desplante de firmar este trabajo como Pescado Rabioso, para dejar en claro que Pescado era él, y nadie más. Ciertamente no quedó duda de su capacidad para firmar una obra maestra, aunque tampoco es que hiciera falta demostrar nada, su genio ya era reconocido varios discos atrás. Así que, en realidad, podemos entender Artaud como un disco solista de Luis Alberto Spinetta, el segundo de su carrera, en el que se apoyó ligeramente con viejos colegas musicales para la grabación.
El entorno en el que Luis compuso y grabó estos temas es fundamental para entender la energía que emana de ellos. A pesar de estar en un punto álgido de fama y de haber disuelto Pescado Rabioso meses atrás [o quizá por ello], se refugió en un entorno familiar, creativo, austero y luminoso. Había comenzado una relación con Patricia Salazar, con quien tendría cuatro hijos, y se mudó a vivir con ella. Así, con esa energía amorosa, en casa, con su mujer, leyendo a Artaud, Baudelaire y Rimbaud, alejándose de los reflectores y los vicios del rock and roll, florecieron temas como “Todas Las Hojas Son Del Viento”, “Superchería” o “Bajan”.
Como este disco era un capricho genial de Spinetta, pero un capricho al fin, el diseño de la tapa fue otro desplante, del que años después, el mismo Spinetta definió como molesto. Y es que la caja del LP no era cuadrada como todos los discos de entonces, de antes y de ahora, sino que tenía una forma octagonal irregular de cuatro puntas. Un intento de hacer más especial al disco, pero, sobre todo, darle una cualidad amorfa y fuera de los límites, como la poesía de Artaud. El color verde emblemático de la tapa con luz amarillenta, nace de un fragmento de una carta de Antonin a su colega Jean Paulhan, en la que dice:
¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte. El verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?
Finalmente, el disco fue presentado en el Teatro Astral, únicamente por el flaco en el escenario, acompañado de su guitarra acústica. El público y la prensa tardaron en entender aquel performance en el que Pescado Rabioso sólo era Spinetta y sus nuevas canciones eran acústicas y excéntricas. Sobra decir que no fue un éxito comercial, pero con el tiempo fue remontando importancia hasta volverse un pilar imprescindible del rock argentino y de cualquier país hispanohablante.
Spinetta tenía sed, sed verdadera de decir, cantar, amar, desafiar, trascender, destruir, edificar, buscar… y esa sed fue siempre el motor de su búsqueda creativa, aquí expuesta a su máxima expresión. Cuando la sed es falsa, no se llega a canciones como “Las Habladurías Del Tiempo” o “A Starosta, El Idiota”, pero cuando la sed es verdadera, no sólo se llega a ellas, sino que no hace falta siquiera, pues la sed misma es la canción, un modo de vida. Me tomo el atrevimiento de citar unos versos de la poeta colombiana Piedad Bonnett, que mejor que yo expresa esta condición:
Para mis días pido
Señor de los naufragios
no agua para la sed, sino la sed
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad.
Las canciones de Artaud nos hidratan, son un vaso de agua fresca en un mundo cuasidesértico. Brindemos pues —¡por la sed verdadera que sigue viva cincuenta años después, y porque nunca se sacie!