Una noche mientras estábamos en un bar, mi mujer y yo conversábamos sobre literatura—cosa que no es muy frecuente y que agradezco—. Le hablé de un libro que había leído quizá diez años atrás, el cual me había impresionado. Teníamos ya seis años viviendo juntos y yo me había dedicado en esos años a tratar de conseguir para mi biblioteca personal, los libros que me habían marcado en las bibliotecas públicas. Tenía la bibliografía de Charles Bukowski, John Fante, Mailer, Hemingway y un montón de autores más. También había conseguido algunos libros del poeta español Karmelo C. Iribarren y gracias a Karmelo había conocido a Ape Rotoma, otro poeta español a quien aprecio y admiro y del cual tengo sus dos libros publicados. En fin, que me había convertido en una especie de coleccionista. El libro del que le hablé entre copas a mi mujer aquella noche, se llamaba Pimp. Memorias de un chulo de editorial Anagrama y había sido escrito por Robert Becker, mejor conocido como Iceberg Slim. Le hice a Laura comentarios sueltos de lo que trataba y ella me miraba con ojos como platos ya que era un libro muy duro de proxenetas, prostitutas, cocaína y pinchazos de heroína. El libro está fuera del catálogo de Anagrama y se puede conseguir buscándolo en tiendas de la red si estás dispuesto a pagar de 150.00 a 400.00 euros por la primera edición, ya que ahora es una rareza. Mi mujer esa noche dijo que lo conseguiría y me lo regalaría. Y lo hizo. No la edición de Anagrama claro está, eso significaría no pagar la renta por seis meses en la chabola en la que vivimos. En 2016 Pimp. Memorias de un chulo fue publicado por la editorial Capitán Swing y mi mujer me lo regaló hace un par de semanas. En ese libro Iceberg había exorcizado sus demonios y había conseguido expiarse, se había confesado en las páginas. A pesar de haber sido publicado en Estados Unidos en 1967, es decir, publicado hace cincuenta años, el libro aún se sostiene. Tiene una ágil narración, es cuasi cinematográfico y de contenido brutal. Iceberg nos cuenta sus experiencias en los bajos fondos en un Chicago de las décadas de los años 30’s y 40’s. Un Chicago en el que Compton, Watts o cualquier otro barrio con altos índices de criminalidad serían un juego de niños. Un Chicago de la gran depresión y de la mafia de Al Capone. Irvine Welsh remata la introducción del libro así: Robert Beck, alias Iceberg Slim, en términos de impacto en la formación de nuestro panorama cultural internacional, es posiblemente hoy una lectura esencial como William Shakespeare. En el prólogo Iceberg nos da un botón de lo que será el libro:
“Rompía el amanecer y el gran puerco volaba por las calles. Mis cinco putas parloteaban como urracas borrachas. Me llegó ese pestazo que solo suelta una puta de la calle tras una noche larga y ajetreada. Tenía la tocha dentro en carne viva. Eso pasa cuando esnifas cocaína como un mulo.
Me ardía la nariz. El pestazo de esas putas y el gánster que se estaban fumando eran como cuchillos invisibles que me arañaban la raíz del cerebro. Estaba de un humor de perros, peligroso, a pesar de la pila de rasca que llenaba a reventar la guantera.
—¡Coño, zorras!, ¿es que alguna de vosotras se ha cagado encima o qué?—rugí mientras giraba hacia mi la ventanilla delantera.
Durante muchos segundos nos quedamos en silencio. Entonces Rachel, mi puta base, saltó con una agradable voz de lameculos:
—Papaíto, cariño, eso que huelas no es mierda. Hemos estado triscando toda la noche y no hay baños en los coches de los gateros a los que nos subimos. Papaíto, hemos estado follando para ti, hemos estado follando para ti como las buenas. Lo que hueles es nuestro sucio culo de putas.
Solté una gran sonrisa, para adentro, por supuesto. Los mejores chulos mantienen una careta de acero sobre sus emociones. Y yo era una de los más fríos. A las putas les dio la risa tonta ante la floja ocurrencia de Rachel. Un chulo siempre se alegra cuando sus putas ríen. Sabe que todavía están dormidas.”
En todos estos desencarnados y crudos bocetos de la vida de la calle nos habla de su crecimiento y de su caída como proxeneta. Cuando el libro se publicó, Iceberg pronto se convirtió en un icono de la cultura afroamericana, en los mismos años en los que esta comunidad peleaba por los derechos civiles de la mano de Martin Luther King; habían pasado sólo dos años del asesinato de Malcolm X. Iceberg nunca fue bien visto por los Panteras Negras quienes consideraban que había sido un explotador de su misma raza, lo cual era y no cierto, ya que con su libro trataba de redimirse y al mismo tiempo lanzaba un grito de advertencia, pero el efecto que provocó fue el opuesto. Él buscaba vengarse del mundo blanco, sacando una tajada de dinero con su establo de prostitutas, sacarle el dinero al hombre blanco. Entre los capítulos, el autor pone como música de fondo el jazz. Entre golpizas a sus putas y pinchazos de heroína o cocaína nos da una banda sonora de la época en muchos de sus párrafos:
“ —Dile a la zorrita que nada de eso—solté—. Me encargaré de las pequeñas cuestiones y, si está capacitada, quizá la deje encargarse de las grandes. Invita a la zorrita una copa de mi parte.
En la gramola Ella Fitzgerald lloraba por su “pequeña cesta amarilla”.
Lady Day cantaba un triste lamento “My man don’t love, treats me awful mean. He´s the lowest man that I ever seen” (Billie Holiday)
Empecé a caminar por la acera hacia Roost. The Bird, Eckstein y Sarah lanzaban una disparatada mezcla de sonidos soul desde los altavoces de los asaderos. La gente estaba llena de gente como un hormiguero negro. (Charlie Parker, Billie Eckstine y Sarah Vaughan)
La banda tenía la noche libre. La gramola trituraba “Pennies from Heaven” (canción compuesta por Arthur Johnston y Johnny Burke)
Todo el mundo soltó una carcajada menos Sweet, que crujía los dedos de las manos. Me pregunté qué locura le rondaba por el cráneo mientras la miraba. Una pava mestiza con el culo alto devolvió la vida al gramófono. “Gloomy Sunday”, la favorita de los suicidas, atravesó lúgubre la habitación. La chica fijó la mirada en mí cuando se alejó del gramófono. (“Gloomy Sunday”, canción que se decía incitaba al suicidio y que fue prohibida por las emisoras de radio. Fue popularizada por Billie Holiday y su autor Reszö Seress murió en 1968. Se suicidó).”
Tras su última estancia en la cárcel, nueve meses en una celda de aislamiento, logró reformarse. Sobre esto Iceberg Slim dice lo siguiente: “Miraba alrededor en mi nuevo hogar. Era una caja pequeña diseñada para destrozar y torturar el espíritu humano. Levanté mis brazos encima de mí, mis dedos tocaron el techo frío de acero. Los estiré hacia los lados y toqué las paredes de acero. La funda del colchón apestaba y estaba manchada de mierda y vómitos de otros. No era solo la celda, eran lo suspiros y los sonidos de la miseria y el tormento del pasillo. Al final del cuarto mes mi cabeza temblaba sobre los hombros como si tuviera una parálisis.”
El libro de Iceberg Slim influyó de manera directa en la generación Hip Hop, en artistas como Ice T, Snoop Dogg y Ice Cube. Las letras de estos raperos glorificaban la criminalidad callejera y el proxenetismo. Ice T rinde pleitesía a Iceberg en su documental Iceberg Slim: Retrato de un chulo, producido en 2012 y en el que diferentes personalidades hablan de la influencia de un libro que se ha hecho indispensable.