John Fante, vidas y obra como un soneto sin estrambote

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Libro indispensable para los fantianos.

Mi intención en está entrada era hablar sobre último libro que he leído, La educación de un ladrón de Edward Bunker, pero necesitaría hacer una relectura para que al asunto fluya de mejor manera así que lo dejaré para otra entrada. Mejor hablaré de uno de mis escritores de cabecera y de cómo fue que conocí su obra, hablo claro de John Fante.

 En el tiempo que estuve viviendo en Tijuana trabajé en una fábrica que hacía cajas de cartón. Cajas de cartón para microondas, videocaseteras, refrigeradores, cafeteras etc. Ahí estaba yo metiendo montones de láminas de cartón a una prensadora que hacía los dobleces para que aquellas láminas se convirtiesen en cajas, lo hacía como un autómata. Uno de los peores trabajos de mi vida. Aquella máquina le había cercenado la mano derecha a un tipo antes de que yo entrase a currar en aquel lugar.

—había un chico aquí y se distrajo por un segundo y al siguiente tenía un muñón del que no dejaba de brotar sangre. Le incapacitamos de por vida.

Me dijo el capataz en mi primer día de trabajo. Dios, aquello sí que me preocupó un poco. En ese tiempo quería ser escritor. Escribía siempre por las noches y lograba escribir en mi vieja máquina Olivetti hasta 60 PPM. Si perdía una mano, la derecha o la izquierda en aquella bestia de acero mi cantidad de palabras se reduciría a la mitad. Menos quizá, porque hay largo trecho que recorrer entre la a y la ñ de un teclado. Una desgracia. Trabajaba doce horas al día y regresaba a casa a beber y a escribir.

En aquel lugar, en la fábrica trabajaba con hondureños, peruanos, guatemaltecos, argentinos y demás nacionalidades. Por alguna razón no habían logrado cruzar la frontera y llegar al sueño americano. Estaban estancados ahí en Tijuana y esperaban alguna oportunidad para volver a intentarlo. Para el capataz del lugar todos éramos sudacas y así nos llamaba.

—Oye sudaca no puedes fumar en los pasillos. Si quieres fumar ve al patio.

—Señor yo no soy sucada.

—todos son sudacas aquí—decía.

En aquel lugar todos estaban en grupos. Hondureños con hondureños, peruanos con peruanos y así. Había siempre tensiones. Parecía una cárcel con pandillas. En ocasiones al salir, en el estacionamiento había alguna bronca por cualquier tontería. Era el racismo, el racismo latino, el peor de todos los racismos. Una mierda. Una noche mientras caminaba por el estacionamiento, se me acercó un guatemalteco muy bajo de estatura, con el cabello muy muy lacio. Venía con su séquito tras de él. Los miré y encendí un cigarrillo y seguí caminando.

—he chico, chico, sí, te hablo a ti, a ti el del cigarro.

Me giré y comenzó a decirme que había tomado sus desarmadores. Un juego de desarmadores que había cogido para reparar mi máquina.

—no debes de tomar cosas que no son tuyas—dijo— ¿te crees que eres mejor que nosotros chico, he chico, piensas que eres mejor que nosotros?

Después me dio un derechazo y me tiró el cigarrillo de la boca y me derribó. Pensé que me amontonarían, pero no, nadie se entrometió. Me levanté y levanté la guardia. Estábamos el guatemalteco de cabello lacio lacio y yo solamente. Me costó algo de trabajo, pero logré derribar a ese cabrón. Lo dejé inmovilizado en el suelo y sangraba profusamente de la nariz. Sus amigos le ayudaron a levantarse. Encendí un cigarrillo y seguí caminando.

Al siguiente día, al salir del trabajo busqué cambiar mis rutas de regreso a casa, por si aquellos guatemaltecos querían joderme no les fuese tan sencillo. Una de aquellas rutas por las regresaba me llevaba a la biblioteca pública de Tijuana. Comencé a pasarme a la biblioteca todos los días. Fue ahí donde conocí a Charles Bukowski y a un montón de autores de los que nunca había oído hablar, pero sobre todo literatura americana. Leí todo lo que tenían del viejo Buk y mientras estaba leyendo el libro de Mujeres en mi chabola me encontré con esto:

 “A la noche siguiente fui solo. Me senté en una mesa del bar y bebí. Una digna dama de cierta edad se acercó a mi mesa y se presentó. Enseñaba literatura inglesa y traía con ella a una de sus pupilas, una bola de manteca llamada Nancy Freeze. Nancy parecía estar pasando calor. Querían saber si yo accedería a responder a unas preguntas para la clase.

—Disparen.

—¿Quién es su autor favorito?

—Fante.

—¿Quién?

—John F-a-n-t-e. Pregunta al polvo. Espera a la primavera, Bandini.

—¿Dónde podemos encontrar sus libros?

—Yo los encontré en la biblioteca central. Entre la quinta y la calle Olive.

—¿Por qué le gusta?

—Emoción total. Un hombre muy bravo.”

 ¿Quien era John Fante y por qué el viejo Buk le rendía pleitesía? Al siguiente día entré a la biblioteca, tuve suerte y encontré Pregúntale al polvo y Espera la primavera, Bandini. Los libros que Buk mencionaba en Mujeres. Leí aquellos libros y desde ese mismo instante John Fante pasó a ser uno de mis escritores favoritos, por su fuerza vital y su manera natural de narrar. Como lo he mencionado aquí muchas veces, cuando no tengo nada que leer, Fante es uno de esos autores a los que religiosamente recurro y nunca, nunca me defrauda el maestro. A pesar de que mi primer contacto con su obra fue hace muchísimos años atrás, sus libros siguen sosteniéndose por sí solos y hoy según me voy dando cuenta está más vigente que nunca, esto gracias a Editorial Anagrama que ha publicado bastante de su obra. Pero el reconocimiento del que goza hoy Fante de ser uno de los grandes escritores de la literatura americana y universal no lo tuvo hasta después su muerte. Se ha gastado mucha tinta diciendo como fue que Bukowski rescató del olvido inmerecido y detonó el redescubrimiento de John y esto sólo con tan sólo un par de líneas que llamaron la atención de John Martin editor vitalicio de Bukowski. El poder de la palabra. Y así fue.

“Al abrir el L.A. Times Sunday Book Review / hoy / lo he visto / tres paginas entera s/ sobre John Fante / mi viejo// […] y / en lugar de alegrarme por mi padre / me he sentado lleno de furia […] /y he pensado que se joda el jodido L.A. Times… llegan cincuenta años tarde “

Dan Fante

Es así como comienza el libro John Fante, vidas y obra como un soneto sin estrambote, un libro escrito por Eduardo Margaretto en el que retrata de manera magnifica la vida de John Fante. El Fante adorador de Nietzsche, Maupassant y Dos Passos, el Fante borracho, el guionista de Hollywood que odiaba ser guionista de Hollywood, el Fante en todas sus facetas. Un John Fante al que la diabetes lo dejó ciego y sin piernas y acabó con él en 1982, un hombre muy bravo como sentenció Buk. En su libro Margaretto va desmenuzando la obra de John y con ello encuentra y analiza las incontables similitudes entre la ficción de la obra y la realidad de Fante. Este de verdad es un libro indispensable para todo aquel que se considere fantiano.