La voz de Tom nunca nos fallará

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Seremos poetas entonces,

para no dejarnos matar por nuestro bien.

Juan José Macías, Realidad y pensamiento

en Félix Dauajare

 

En un rincón desordenado, cuando el alcohol ahoga las estancias y la Luna bruñe los pavimentos, los fracasados mugen en pos de una canción áspera, aullidos de angustia por la vida inútil, por el detrimento de la lozanía gastada en años de cine y felonías absurdas, de literatura explícita y pornografía violenta, onanismo, Benadrex y peer-to-peer, nada que te haga pensar en absoluto.

La melodía considera emerger de las coladeras, arrastra vómito y orines a la superficie, calienta el lugar, arropa los sueños y las ilusiones perdidas, atrae el semen rancio, las caricias golfas, los besos prostituidos. Melodía de vagabundos a media noche, coro de niños extraviados, dientes rotos, sangre brotando del hocico del diablo, himno de la última aurora, una voz desabrida, manada de la tráquea de un cadáver, poema de las estancias felices que esperan olvido y perfección. Todo es rancio, la humanidad no es del todo necesaria; si hay alcohol en las venas, nadie es imprescindible, todo el amor del mundo puede ser comprado durante una noche en un putero para ser escupido al amanecer.

No hay olvido, no hay perdón, sólo la resaca duradera. Balada de la derrota; voz atropellada por una pipa de gas en una colonia solitaria, palabras añejas en whisky, rasgadas por un alambre de púas, resueltas a base de nicotina y ronquera, de escupir sangre sobre el piano —el piano ha estado bebiendo, no yo—.

Cerveza fría en una noche caliente, estos días parecieran derretir el alma; decadencia tipificada, ansiedad, desobediencias carnales y un hombre con un bombín que sigue cantando debajo de las aceras, en los sumideros; esa tonadilla que surge de los suelos, como la mierda cuando llueve y los perros no pueden regresar a casa. No atiendo nada, solo un rugido vocal que viaja desde Pomona, California hasta este agujero.

Mi cuerpo ya no es una perilla de boxeo cuando él canturrea, a falta de Bourbon mezcal barato, jarabe para la tos, un par de bocinas desgajadas, un cubo para mear, otro para vomitar, colillas, llanto y dos perdedores que cantan: «Vamos a ir a donde siempre es primavera / la banda está tocando nuestra canción de nuevo / haz de cuenta que tú no me debes nada / hagamos de cuenta que podemos traer de vuelta los viejos tiempos / porque todo el mundo es verde.»

Esta noche no terminará nunca, aunque tengamos que distanciarnos y llevar la fiesta por separado, salir de rumba, ir al cine o conseguir un revólver; esta embriaguez no saldará, porque todas las borracheras de esta ciudad son nuestras borracheras también. El malestar se marchará cada que una persona remede esta canción, el alcohol en nuestros cuerpos se reafirmará y viviremos

cantando de nuevo, coreando y bebiendo, meando en las palanganas, hablando hasta el hastío, bebiendo sin dejar de parlamentar; aun así tengamos que retener el vómito en nuestras bocas, esta borrachera no terminará jamás, porque la voz de Tom no nos fallará nunca, la voz de Tom no nos fallará todavía.

*Texto extraído del primer libro del autor, «Una pastilla más para que pase el dolor». Como obsequio, el PDF del libro. Que lo disfruten:

Una pastilla mas para que pase – Alfredo Padilla