Joven Murrieta

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El Black metal surgió en una esquina de Tecate, y los primeros beats electrónicos surgieron del submundo de alguna civilización prehispánica que tuvo su redescubrimiento en años recientes. Eso nadie lo sabe, pero se intuye. Todo tiene relación. Lo que es arriba, es abajo, lo que está de un lado del mundo, en Nepal, está del otro lado, en Los Guachimontones. 

El 31 de octubre de 2021, fecha que sospechosamente tiene relación numérica entre si, se abrió un portal en algún punto de una zona industrial, en medio de una bodega donde se almacenan montañas de equipajes de diversos instrumentos, y así como el demonio hizo su aparición en Madrid, en la Puerta de Europa, seres de distintas épocas y culturas, aparecieron en medio de una intersección milimétricamente dispuesta. Ya lo decía la Biblia. 

Algo había llevado a una horda de seres a presenciar aquel aquelarre, no solo el Che Guevara -o lo que quedaba de él- pudo ser testigo de ello. Una adivina (que posiblemente nunca vio venir eso), un cavernícola  (venido de la misma época que el de Tin Tan) una hechicera (que no supo ni por donde apareció), un apache (que parecía venido de una tribu chola de LA), un sucio y depravado chamán mexicano, un extraño ser de Metepec en Corpse paint, y hasta el mismísimo conde Drácula; incluso, por ahí, algún ente terrestre terminó siendo poseído, tomando parte de la amorfa agrupación. Tal vez nunca supieron porque habían llegado ahí, pero si sabían perfectamente que hacer en esa situación -o cuando menos, lo intuían-.

De la mano de una interacción salvaje, se nos llevó a través de un viaje interespacial, el cual de repente nos llevó a una planicie en medio de la nada, a donde no nos quedó de otra más que cabalgar por un largo rato entre cactus -que nos hablaban acerca de la volatilidad de la vida-, y de oasis de cerveza. Cuando pensamos que ya nos acercábamos, por el sonido tribal, a alguna civilización antigua, uno de esos oasis perdidos, nos abría, entre su abundante vegetación, el camino a una fiesta donde los beats se sucedían entre el humo y los cuerpos. Incluso, en algún momento, se me hizo ver a Dios haciendo el difícil paso del robot, cuestión que nunca pude confirmar, pues nunca me pude acercar a él, como si de un ángel exterminador se tratara.

Al final, terminamos siendo vomitados de nuevo a ese lugar en medio de la nada. Nunca supe si las visiones fueron reales o el sonido -o el ruido, o los patrones rítmicos, es lo de menos- nos trasportó a distintos lugares. Lo único de lo que estoy seguro, es que el joven Murrieta nunca fue joven, más bien, nació decrépito. 

*Fotografías de los avistamientos: Enrique Hernández, Jos, Miguel de Cervantes, Renata Morales, Reiko Hamano y Alfonso.