Podría haber pasado por una calle londinense más donde los automovilistas cedían el paso a los peatones ante la irremediable orden del paso de cebra, sin embargo, al ver a un grupo de chicos paralizarse con la mirada al frente y los brazos rígidos mientras eran fotografiados en medio de la calle o desde el borde de la acera, y observados con impaciencia por los conductores, me di cuenta que asistía a una representación ad infinitum, y variable al mismo tiempo de la portada de uno de esos discos que mi padre dejaba encima de las bocinas, o de la tapa transparente del tocadiscos de casa; el emblemático Abbey Road de The Beatles.
Gabriel García Márquez dijo alguna vez que la nostalgia comienza con la música, pero aquél día la mía se despertó ante esa imagen perteneciente a una especie de mundo de eterno retorno beatleano. Nostalgia pesada como la roca de Sísifo o las nubes londinenses que amenazaban hacer una versión con paraguas de la portada en vivo. Nostalgia de una época que se empezaba a sentir en el aire, la de mi infancia, la de “come together” sonando en casa, la primaria con olor a tropicana y basura de sacapuntas, la del intellivision y su juego de rally, los partidos de futbol en la cuadra y los domingos familiares en casa de mis abuelos.
Si bien The Beatles me acompañaron durante mi infancia, he de confesar que extrañamente no soy un gran fan de ellos, llegué a Abbey Road acompañado de mi esposa quién sí lo es, y de hueso colorado. Le tomé fotos desde dos ángulos distintos de la acera y lo mismo hizo ella conmigo. Hicimos el ritual en solitario, sin detenernos a medio camino, con un poco de vergüenza y presión frente al hastío de los conductores y la desesperación de otros turistas esperando su turno.
Hoy en el centro del recuerdo y en mi reflexión sobre ese viaje me pregunto: ¿qué nos dice el entramado de calles, avenidas, glorietas, pasos a desnivel y acueductos de una ciudad? Italo Calvino habla acerca de un secreto vital de las orbes en su libro Ciudades Invisibles: “… la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras…”. Es así como el cuarteto de Liverpool, ha marcado para siempre la forma de relacionarse entre conductores y peatones del cruce de una calle londinense, a través de una imagen que sigue viviendo día a día gracias a sus fanáticos. Con ese legado han podido no sólo darle a esa vía una historia que se narra en los transeúntes permanentemente, sino traer el recuerdo de un mundo perdido, en mi caso el de la infancia, que paradójicamente se recrea junto a la portada de Abbey Road cada vez que alguien la cruza, descifrando en sus pasos la transcendencia de una escritura invisible que nos dicta parte de esa historia citadina, aquella que se hace más viva con la nostalgia y la memoria, aquella que seguirá latiendo en cualquier rincón del mundo donde alguien la recuerde.