Bob Dylan y la posición del artista ante su obra

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En el 2008, Bob Dylan llegaba a México, y no sólo a CDMX, sino también tocó por fortuna en lugares como Guadalajara y Monterrey. Acudiendo a su llamado, como era de esperarse, fui a su presentación en tierras tapatías.

De Dylan tenía el precedente de que el músico no suele tocar los temas como se escuchan en sus discos, y que incluso, muchas veces, llegan a ser versiones que no resultan del agrado de sus seguidores. Fuera de ello, no había visto nada en vivo -poco dado soy a ver conciertos grabados- ni había indagado más. Al final, siempre me ha gustado dejarme sorprender por lo que pueda presenciar, y esa ocasión era ver historia viva de la música.

De entrada, había sido un poco decepcionante el recibimiento que había tenido el músico en el Auditorio Telmex -si acaso a la mitad de su aforo-. El músico tocaría un set con pocas canciones conocidas, y estas fueron, como ya sabía yo, con versiones que resultaban por momentos irreconocibles de no ser por los estribillos. Sólo alguna estuvo cerca de lo que se ha escuchado. El músico por otro lado se mostró como es habitual en él, parco en su interacción con el público.

Salí del concierto con sentimientos encontrados. Por un lado, había visto a una leyenda viviente no sólo del rock, si no de la música contemporánea, pero el hecho de no escuchar muchas canciones conocidas, y lo conocido era en otras versiones, dejó un sabor de boca un tanto extraño que me duró varios días. 

Con el transcurrir de los días, fui asimilando lo que había pasado como una especie de revelación.

¿Había sido un concierto malo? En lo absoluto. La banda desplegó una interpretación musical de primer nivel y el sonido había sido el adecuado al lugar.

¿Era necesario que Dylan tuviera una mayor interacción? Para nada. Estamos demasiado acostumbrados a que los frontman nos entretengan y que marquen los tiempos de las reacciones del público, a sorprendernos con puestas en escena de grandes proporciones y se nos olvida a veces simplemente escuchar y apreciar la música.

Y lo más importante: ¿Es Dylan un ingrato, o no le importa su público por no tocar  o «ejecutar» (aquí es donde la palabra adquiere otra dimensión) los temas como los escuchamos en la radio o en nuestros discos? Aquí es donde se merece un análisis más amplio.

De entrada, se podía esperar que las versiones no fuesen como las escuchamos, dada la naturaleza del autor. Ahí era entonces una tontería de parte de quien acudía al concierto, esperar lo acostumbrado. Dylan es así, y siempre ha tenido infinidad de momentos donde de alguna manera reta al espectador, entre las más célebres, sin duda, se encuentran sus presentaciones en el Festival de Folk de Newport, en 1965, el día en que “traicionó al folk” y se volvió eléctrico, abucheo y enojo incluido por parte del público, o como cuando en Manchester se le llamó Judas, con la certera respuesta de Dylan: I don’t believe you y Play it fucking loud!.

Pero quedarnos con ello solamente, sería verlo superficialmente. Esta situación en cuanto a la posición de Dylan respecto a cómo interpreta sus canciones es el más claro ejemplo de la posición del artista ante su obra.

No son pocas las veces que he escuchado a algunos músicos comentar que la parte más pesada de su profesión es el girar y estar repitiendo ad nauseam sus setlists o sus temas más conocidos. No por nada, hay bandas que sus canciones más populares suelen irlas dejando de lado o incluso les llegan a repeler, como pudiera ser Pearl jam con “Jeremy” o Radiohead con “Creep”, por mencionar sólo dos de los casos más sonados. La labor de composición y creación musical es para muchos artistas, la que verdaderamente importa; en pocas palabras, el arte en sí. Lo que viene después se va convirtiendo en un compromiso dentro del negocio musical, sobre todo, cuando va escalando a otros niveles, llámese esto, popularidad.

Es por el impacto que tuvo en mi Dylan al escucharlo en vivo, que entendí la posición del artista ante su obra, el poder de tomar sus composiciones y no abaratarlas mediante el consumo habitual en el que caen dentro de la industria, y tomarlas como lo que son, arte que puede ser redefinido y redimensionado. Por otro lado, deja al oyente con una actitud más participativa, sin ideas preconcebidas, como debiera ser la posición de una audiencia. Esto, para el oyente, es una experiencia única, y para el músico, una manera de que sus temas no caigan en lo reiterativo, una manera hermosa de que el arte se renueve y siga vivo, al margen de cuestiones mercantiles.

Es por ello, por ese detalle que parece tan pequeño o que debería ser tan normal para un artista, el de tomar las riendas de su obra y enfocarse en su arte de manera consecuente y honesta, incluso contra la corriente -pero que termina siendo algo difícil de llevar a cabo para la gran mayoría-, que Bob Dylan me es tan trascendental.