La gran bestia pop

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Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota surge en La Plata como un cabaret político, al fragor de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, que hundía en sangre los sueños de transformación, pero no de nuevos sonidos. Este grupo de músicos, intelectuales y artistas, romperían la piñata del régimen con recitales y acciones festivas callejeras, en espacios efímeros donde el goce del cuerpo se deslizaba a través del pogo y un rock estéticamente articulado. En aquellos tiempos, bailar era rezar con los pies, manteniendo un estado de comunidad emergente, de zambra alternativa que arqueaba como si fuera  arcilla, el fusil de los milicos.

Las letras de Los Redondos funcionan como fieles crónicas de las aventuras de Carlos Solari y Guillermo Beilinson, sobre riffs que estaban prácticamente prohibidos en todo el país, principalmente en Capital Federal, debido a los estragos y destrozos de la banda en cualquier lugar donde surgiera una fecha; hasta que el mismo publico, en un inicio escuchas de boliche y posteriormente muchedumbres de estadio, adoptaron dicho comportamiento, tanto así, que el ingeniero de sonido, tenía que poner a Thaicovsky para domar a la Gran Bestia Pop.

Frente al rock frívolo de los ochenta –y parte de los noventa–, Los Redondos fueron los únicos que le obsequiarían un disco completo al socialismo, Oktubre de 1986, marcaría una línea sociocultural que moldearía la historia de la banda; en dicho álbum, se encuentran inolvidables tracks como “Semen-Up”, “Música para pastillas” y “Fuegos de octubre”, no obstante, vendrían diez años de absoluto silencio sobre distintas represiones políticas. La música de Los Redondos, al lado de las líricas de Indio Solari, representan un ardid espeso, denso y difícil de digerir, por ser un fiel retrato de la infancia y la adolescencia perdidas en las entrañas del individualismo, letras que los hermana con la novela de Roberto Arlt: El juguete rabioso.

Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota desplegaron estrategias para eludir la vigilancia del régimen militar, ya que en sus prácticas artísticas convergieron rituales festivos como un espacio colectivo que reconfiguraba la posibilidad de estar juntos en medio de los desaparecidos; como dice la letra de “Ji, ji, ji”: “esos chicos son como bombas pequeñitas / el peor camino a la cueva del perico / para tipos que no duermen por la noche”.